miércoles, 30 de noviembre de 2011

ANTE LA AFLICCIÓN Y LA AMARGURA.

Demos gracias como mejor podamos, que nunca podremos dar bastantes; y en nuestra agonía recordemo la suya, con la que ninguna podrá jamás ser comparada; y pidámosle, con todas nuestras fuerzas, que se digne consolarnos en nuestra angustia, iluminándonos con la que El mismo sufrió. Cuando, con vehemencia y a causa de nuestra flaqueza, le pidamos que nos libre del peligro, sigamos su ejemplo tan precioso cerrando nuestra súplica con este broche: "No se haga mi voluntad sino la tuya". Si lo hacemos, no dudo lo más mínimo que, así cuando  Él oraba un ángel fue a llevarle consuelo, también cada uno de nuestros ángeles nos traerán ese consuelo del Espíritu que nos dará fuerza para perseverar en las obras que nos llevan al cielo. Y para darnos segura confianza sobre esto, Cristo nos antecedió allá por ese camino y con el mismo método.
Tras haber padecido agonía durante un largo rato, su ánimo se restableció de tal modo que volvió a los Apóstoles y se dirigió al encuentro del traidor y de los verdugos que le buscaban para atormentarle.
Después, tras haber sufrido como convenía, entró en su gloria y allí prepara un lugar para aquellos de nosotros que sigamos sus pisadas. Que por su agonía se digne ayudarnos en la nuestra, para que  no se vea frustrado ese lugar del cielo por nuestra estupidez y cobardía.

"La agonía de Cristo". Santo Tomás Moro.

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