domingo, 25 de diciembre de 2011

ARTÍCULO DE RAFAEL SÁNCHEZ SAUS EN "LA GACETA".


  • La Gaceta

    La cultura española y la resistencia de una Nación

    23 DIC 2011 | Rafael Sánchez Saus
    El afán de consenso creó la necesidad de difuminar el perfil de la Nación española.

  • Rafael Sánchez Saus.- Cuando el infausto ZP expelió, refiriéndose a España, la tantas veces recordada sentencia según la cual “el concepto de nación es algo discutible y discutido”, amasaba una de las más notables de esas bobadas solemnes a las que desde tan pronto nos tuvimos que acostumbrar, pero también se hacía eco de una convicción muy extendida entre el falso progresismo y con la que desde hace años se turba a las buenas gentes. Según esa opinión, España no constituye una nación ni existiría propiamente un pueblo español a pesar de todas las evidencias históricas. España sería más bien el resultado de una suplantación y de una opresión mantenidas durante siglos. Los verdaderos sujetos históricos serían los distintos pueblos peninsulares más o menos identificables, cuyo avatar habría sido interrumpido y marchitado en aras de la construcción de una entelequia monstruosa, sostenida por la fuerza y la imposición del Estado resultante. España, pues, no sería una patria sino una cárcel de pueblos; el supuesto pueblo español carecería de realidad y consistencia histórica, mero fantasma al que un artefacto espurio y fracasado, el Estado español, habría dado apariencia de vida. Los creadores de esa maquinaria represora serían los propios beneficiarios de su existencia, las fuerzas conservadoras y centralistas que durante siglos habrían explotado sin el menor escrúpulo a generaciones de oprimidos a los que, además, se ha hurtado su identidad nacional como vascos, catalanes, castellanos o andaluces. Condición previa o simultánea de la liberación de los dominados y del triunfo de la democracia real tendría que ser, lógicamente, la desaparición del constructo político y jurídico que ha hecho posible el mantenimiento secular de tanto despotismo. El Estado español, España, debería desaparecer o, al menos, dejar el protagonismo de la verdadera historia a las entidades genuinamente nacionales que poseen realidad, encarnan a los pueblos sojuzgados y, por tanto, pueden generar un sistema libre y verdaderamente democrático.
    Esta visión aberrante del pasado de España es la que explica la profunda desafección de buena parte de la izquierda española con su patria desde al menos la revolución de 1868. A lo largo del siglo XX son muchos los momentos en que esa ideología se ha hecho visible, pero sólo las condiciones en que se llevó a cabo la transición desde 1975 en adelante han permitido que tales desvaríos puedan ser compartidos por sectores de la intelectualidad, de las elites sociales y de la opinión pública. El afán de consenso creó la necesidad de difuminar el perfil de la Nación española para intentar atraer al sistema a los nacionalistas y a la izquierda marxista; por otra parte, la paralela creación del régimen autonómico fomentó muy rápidamente nuevas identidades al servicio de los poderes regionales emergentes en detrimento de los sentimientos de pertenencia a una patria común. Sobre ese sustrato, la descomposición de la educación nacional ha hecho el resto.
    Un gran obstáculo para el triunfo definitivo de esta visión aniquiladora de España y de los españoles como comunidad política realizada a lo largo de la historia ha sido la doble imposibilidad de fracturar la gran cultura española en nichos regionales y la de crear discursos negacionistas que la priven de su condición señera entre las más importantes del mundo. La extraordinaria vitalidad de la cultura española a través de todas las vicisitudes nacionales, la evidencia de su capacidad para crear un universo lleno de matices pero de personalidad perfectamente reconocible dentro y, sobre todo, desde fuera, se han erguido frente a todas las manipulaciones.
    No obstante, desde hace décadas se asiste al trabajoso intento de separación, impulsado desde las terminales de la ideología dominante, de las grandes realizaciones de la cultura española respecto de la sociedad y el pueblo que les dieron vida. Se elogia así, por ejemplo, la pintura de Velázquez o la obra de Quevedo, pero se estigmatiza a la España de los siglos XVI y XVII y no se duda en presentar a sus grandes hombres como víctimas antes que como forjadores de su propio mundo. El efecto es que el español medio empieza a no ser capaz de ver la coherencia profunda de la gran cultura española, de la que se siente orgulloso, con la historia de su país, de la que a menudo posee una visión negativa y vergonzante.
    Si queremos que el ambiente moral de España se regenere –algo sin lo que será inútil a la larga la tarea restauradora de la economía nacional que tanto urge– es imprescindible cambiar las ideas imperantes sobre esta cuestión. A ello nos mueve la Universidad Tomás Moro en la primera edición del Curso de Cultura Española, una reflexión actualizada sobre su forja y su personalidad para españoles que no quieran dejar de serlo y también para extranjeros que deseen saber el porqué de ese empeño.
    *Rafael Sánchez Saus es director Académico de la Universidad Tomás Moro.

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