domingo, 29 de enero de 2012

AUTOR DE "MILLENIUM": EL COMUNISTA ATEO MÁS RICO DEL CEMENTERIO.


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    Cultura | La Gaceta 
    Obra de la saga Millenium de Stieg Larsson
    29 ENE 2012 | José Antonio Fúster
    Stieg larsson, el autor de la trilogía ‘Millennium’, que debe su éxito al hecho cierto de estar muerto.

  • En un goteo que no cesa, pero que queda constreñido a las páginas pares de publicaciones independientes, los críticos con la forma y el fondo de las novelas del comunista Stieg Larsson, la trilogía Millennium, empiezan a ser legión. O sea: una gran minoría. Hoy ya se puede decir que parte del éxito de sus libros se debe a que el inmoderado y asustadizo periodista sueco murió. Si no, quizá los hombres no habrían odiado a las mujeres.
    El 9 de noviembre de 2004, Stieg Larsson, fumador impenitente de tres cajetillas diarias, compulsivo consumidor de comida basura, escritor de novelas policíacas y periodista de la revista ‘antifascista’ Expo, quiso ir a la redacción y se encontró con la desagradable sorpresa de que el ascensor estaba averiado. Larsson decidió subir los siete pisos andando y cuando coronó el último, murió de un ataque al corazón.
    Ahí terminó la vida de un mediocre periodista y comenzó la leyenda del escritor de la serie Millennium, que a principios de los setenta, en un trozo de papel, legó todos sus bienes a la Liga Comunista. El testamento fue anulado por la ausencia de testigos que corroborasen que Larsson estaba en pleno uso de sus facultades mentales cuando redactó su última voluntad. Algo quizá habría cambiado de esa última voluntad si hubiera llegado a percibir que algún día sería el comunista ateo más rico del cementerio de la iglesia de Högalid.
    Un genio del escapismo
    Larsson vivió toda su vida en el paraíso sueco, en esa sociedad que el resto del mundo cree, sobre todo los socialdemócratas españoles, que ata a los perros con longanizas elaboradas con carne de primera. Sin embargo, en aquel eldorado frígido, Larsson no se sentía bien. Él aseguraba que la inmigración desordenada -en su mayoría musulmana- de los ochenta y noventa sacó a los neonazis de las cuevas en las que escribían fanzines e hizo girar a la sociedad sueca hacia la derecha. Por eso, con plena conciencia de lo que hacía, usó el periodismo como lo haría Toni Alcántara (el de la serie Cuéntame): como un medio para su fin socialista.
    Su activismo comunista (comunismo sueco, a varios millones de años luz del marxismo) le granjeó muchos enemigos fantasmas. Larsson veía nazis y rubicundos arios por todas partes. Eso le llevó a adoptar ciertas medidas de seguridad como comer siempre mirando hacia la puerta y no contraer matrimonio, ni siquiera registrarse como pareja de hecho, con la arquitecta Eva Gabrielsson porque no quería dejar registro oficial de dónde vivía por si a algún neonazi le daba por consultar el Registro Civil. Convengamos en que como excusa para no casarse es una genialidad solo a la altura de un genio del escapismo.
    Sin embargo, es eso, la genialidad de Larsson, lo que ahora empieza -aunque con timidez- a cuestionarse en el resto del mundo (en Suecia es pecado laico desconfiar de un dios tan poderoso como Larsson, a la altura de Odín y un escalón por encima de Thor).
    Lo que se nos ha vendido es que Larsson escribía de noche, rápido y fácil, y que lo hacía desde un punto de vista feminista que quería mostrar el horror de la violencia machista. La verdad es más sencilla: Larsson escribía mal -sus detalladas descripciones estériles, incluso las publicadas, son aburridas-, pero conocía bien las teclas que había que tocar para atraer al público -femenino y masculino-.
    Para las mujeres, Larsson creó la figura de esa gótica hacker-punki, bisexual, perforada sadomasoquista, desequilibrada, anoréxica violenta y bajita que es Lisbeth Salander; alguien capaz de meterle un hachazo a su padrastro y de estar en modo venganza desde que se despierta -porque ella quiere- hasta que se duerme -porque le da la gana-.
    Para los hombres escribió fantasías sexuales, escenas de sexo despiadado, violaciones y la decisión libre y generosa de una andrógina tarada como Salander de dejar satisfechos a los varones que se portan bien con ella. No sabía nada Larsson sobre la psique masculina...
    Ellas la percibieron como “la nueva reina de Suecia” (a falta de que la princesa Magdalena se perforase la nariz) y ellos como una sexi (!) metáfora de la subversión cultural. Alucinas.
    Busquen una ‘ouija’ sueca
    La verdad, una vez más, resulta más interesante. El tocho de la primera novela que Stieg Larssonenvió a sus editores (Norstedts) era un peñazo notable que solo podía ser salvado con ciertas y concretas sugerencias editoriales que Larsson pasó ampliamente de aceptar. Su editora, Eva Gedin,trató durante siete meses de quedar con el periodista para discutir los cambios necesarios, como evitar que el comienzo de Los hombres que no amaban a las mujeres (el título original que Larsson no hubiera consentido que se cambiara era Los hombres que odiaban a las mujeres) fuera una larga y aburrida descripción de una flor. Durante aquellos siete meses, el intercambio de correos electrónicos entre Gedin y Larsson prueba que el escritor se resistió como gato panza arriba a las “sugerencias editoriales” comerciales.
    Si alguien se entretiene en abrir el primer volumen de la trilogía, leerá que la novela no comienza con la descripción de una flor. ¿Consiguió Gedin que Larsson lo cambiara? No. Lo consiguió un ascensor estropeado y una ascensión de siete pisos seguidos de un paro cardíaco masivo. Todos los originales de Larsson fueron editados tras la muerte del periodista. Gedin lo confirma, pero asegura que Larsson estaba de acuerdo. A no ser que alguien sea ducho en ouija sueca, es la palabra de Gedin contra la de un cadáver.
    Más aún, lo que ha llegado al mundo anglosajón -que ha consumido la trilogía Millennium a un ritmo solo superado por la saga Crepúsculo de vampiros que brillan al sol- es la traducción mejorada de las obras de Larsson. Hay pruebas suficientes de que el editor inglés de la editorial Quercus Press ordenó una revisión en profundidad de la obra. Entre las pruebas (quien sepa sueco e inglés lo puede comprobar por sí mismo), la más clara es la negativa del traductor Steven Murray a firmar la traducción. La segunda prueba es -si cabe- más clara: la confesión del editor Mac-Lehose de que ordenó la edición del texto traducido porque la prosa de Larsson era indigerible para el lector británico y para el norteamericano y que “por eso fue por lo que ocho editoriales inglesas y estadounidenses lo rechazaron”.
    Según los expertos suecos en la trilogía, que los hay, y los críticos -que los hay, aunque muchos menos-, la obra tiene notables carencias, como la obsesión de Larsson por la descripción de objetos y situaciones ajenas a la trama, el placer por los diálogos artificiales y el uso de un léxico vulgar que si sobrepasa las cuatro mil palabras es por la inclusión de todos los muebles y objetos de Ikea que compra la Salander. En las ediciones traducidas, el defecto es menor. En las películas, ya no hay rastro de la mala prosa de Larsson. El trabajo de los guionistas, que han eliminado todo lo superfluo y se han quedado con el sexo sórdido, el misterio, los nazis -burgueses conservadores, más bien- y la venganza, ha sido impecable.
    Aceptado que Larsson no escribió lo mismo que usted ha visto en la gran pantalla y tampoco lo mismo que se ha publicado (¿es posible que el elogioso artículo que el Nobel Mario Vargas Llosa firmó sobre Larsson en El País el 6 de septiembre de 2009, en el que comparaba al sueco con Dumas, fuera una refinada forma de decir que Millennium era obra de esos esclavos literarios conocidos como ‘negros’?), lo que toca ahora es conocer cómo con las ideas con las que Larsson (el del medio socialista para un fin antifascista) trata de construir la novela se llega, todo lo más, a Perdición.
    Capitalista vergonzante
    Si uno se detiene con cuidado en las escenas de violencia sexual y reflexiona sobre ellas, notará algo curioso: la violencia contra las mujeres es narrada en pasado, ocupa poco espacio en el libro, es material que ayuda a comprender la construcción de la personalidad de Salander (que tanto afecta aBlomkvist, que se empeña en construir una relación afectiva amistosa con la andrógina tarada). Sin embargo, las escenas de violencia (incluida la sexual) de la mujer contra los hombres son largas y dolorosas. Es cierto que la película las iguala, pero Larsson no está en la película.
    Por todo lo anterior, hay tantos que dicen que, junto con las hamburguesas que se zampaba, Larsson también se tragó el feminismo (supersocialista) que enarbolaba en su vida. Es discutible que lo hiciera de manera consciente. No hay nada en los otros textos que escribió -artículos y reportajes-, firmados durante décadas, que ampare la idea de que Larsson sacrificó sus ideas para vender más libros... o sí.

    Se sabe que en 2001, por alguna razón ignorada, comenzó a leer y escribir novelas policíacas. También se sabe que decía a los amigos que aquello lo hacía por pura diversión. Y lo que sí se conoce a la perfección, porque ha quedado escrito en un correo electrónico, es que Larsson le confesó a otro periodista que Millennium era su “fondo para la jubilación”. ¿Buscaba réditos el capitalista vergonzante de Larsson y por eso sacrificó en el altar de lo comercial a la ‘bollera escuchimizada’? Nada que objetar, salvo que a eso no se le puede llamar ‘compromiso’ a lo Saramago; un ‘compromiso’ que queda diluido en un mar de royalties cuando al final, solo al final, el comunista de Larsson obliga a la anarquista de Salander a atender la corrección política que preserva el paraíso sueco y llamar a la Policía.
    Si el mundo fuera como Millennium, la bestia parda de Salander habría escupido a Larsson, o quizá le habría metido un hachazo a la editora que modificó el texto.
    Salvo que el lector tenga una ouija y hable sueco, vaya usted a saber.

    Lanzagranadas en Eritrea
    John-Henri Holmberg, amigo de Larsson durante tres décadas, aseguró en un libro publicado en Inglaterra por los editores de Millennium que el periodista se movió a caballo entre las ideas prosoviéticas de su abuelo materno y la influencia socialista de su padre. Larsson buscó, según Holmberg, un camino intermedio y se hizo trotskista. Eso no le impidió que nada más acabar el servicio militar se marchara a Eritrea, donde trabajó como instructor en las guerrillas femeninas del Frente de Liberación Popular de Eritrea. Su función, en concreto, era la de instruir a las guerrilleras marxistas en el uso de lanzagranadas. Una curiosa forma de ser trotskista que solo una infección renal logró frenar y que le devolvió al presunto paraíso sueco del Estado del bienestar.
     

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