domingo, 29 de enero de 2012

SIN RUMBO; POR OCTÓVILO MATEOS MATILLA.

Sin rumbo





Hoy la oficina estaba a rebosar, como lo ha estado toda la semana, y como va siendo habitual, de momento la comprensión de los usuarios facilita las cosas, pero con una sola trabajadora social (T.S.) para atender a tantas personas, las horas de oficina son insuficientes y la trabajadora alarga voluntariamente la jornada para dar respuesta a todos los demandantes.

Por eso a M. le ha tocado volver después de la comida en el albergue, y aún tuvo que esperar a que lo pudiera recibir la T.S. Esto me permitió charlar con M. y conocer un poco de su vida, suficiente para saber que M. quiere acabar con su vida. Esto con veintiún años. Él es un chico trabajador, dejó muy pronto los estudios y se puso a trabajar con su padre en un negocio familiar; ocho años de trabajo y viviendo con comodidad hasta que los problemas familiares dan al traste con todo y con el negocio también. Se separan los padres y el padre se junta con una extranjera, dejando a M., su hijo, en un segundo plano; hasta que la relación padre-hijo también se rompe. Por eso desde hace unos pocos meses M. anda sin rumbo, como él dice: “ahora mismo me da igual ir a cualquier parte. No tengo ni idea de qué hacer. No tengo a nadie”. Está muy nervioso, con los ojos húmedos y conteniéndose para no explotar.

M. no entiende aún lo que le ha pasado, no puede por tanto asimilarlo para plantearse algo que le mueva a seguir adelante. Ya ha probado para sobrevivir el negocio de la droga, pero no le convence. Aún está a tiempo, ¿encontrará el ambiente adecuado, habrá para él un trabajo, encontrará a alguien en quien apoyarse, con la que está cayendo?

“Contra la crisis esperanza”; este consejo es válido, sin duda, lo difícil es mantenerlo día a día, ante cada una de las personas que se acerca diariamente para demandar algún tipo de ayuda, y no tienes respuesta. Es difícil especialmente cuando el que llega es “primerizo” y, si nadie lo remedia, tendrá que dormir en la calle por primera vez, la cara de desolación y las protestas contra la sociedad cobran un aspecto sombrío, y pueden oscurecer la luz de la esperanza. Lo único que entonces puede dar sentido a la vida es lo que aprendí hace poco de Edith Stein: ”También tenemos que aprender esto: ver a otros llevar su cruz y no poder retirársela”.

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