domingo, 26 de febrero de 2012

EL GRITO DE ASIA BIBI DESDE PRISIÒN.



    • Iglesia | La Gaceta

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        a la cristiana paquistaní Asia Bibi, acusada de haber insultado a Mahoma. /EFE
        EL GALLO SIGUE SIN CANTAR

        23 FEB 2012 | Carmelo López-Arias

        “¡Sacadme de aquí!”, así se titula el libro-testimonio de la mujer católica pakistaní que espera la muerte a manos de los islamistas más radicales.
      • Asia Bibi pudo escapar de la situación en la que está al menos tres veces, las mismas en que san Pedro le falló a Jesucristo. “¡No eres más que una sucia cristiana! Pobre perra, ¿acaso no sabes que Jesús es un bastardo que no tenía padre legítimo? Jesús es impuro, como tú. No hay más que una cosa que puedas hacer: conviértete al islam para librarte de tu sucia religión”.
        Esta fue la primera. No se echó atrás y se armó de valor ante la masa vociferante: “No quiero convertirme, tengo fe en mi religión y en Jesucristo, que se sacrificó en la cruz por los pecados de los hombres”.
        La segunda fue ante el mulá, después de que la moliera a patadas una muchedumbre de sus propios vecinos: “Si no quieres morir, debes convertirte al islam. ¿Estás de acuerdo en redimirte convirtiéndote en una buena musulmana?”.
        Aquí a Asia Bibi le pasaban cuenta los dolores y le flaqueaban las fuerzas, pero no la voluntad. Sollozó e imploró piedad, aunque fue terminante: “No, no quiero cambiar de religión”.
        “Recibo bastonazos, escupitajos, pienso que voy a morir”, cuenta ella misma. Y, por tercera vez: “¿Te quieres convertir para tener una religión digna de ese nombre?”. “No, por favor, soy cristiana, pero os lo suplico...”.
        Blasfemia y horca
        Del linchamiento la salvó la policía. No para custodiarla ni llevarla a un médico a curarle las heridas, sino para arrojarla a un furgón y conducirla -hasta hoy- a la cárcel.
        Era el 19 de junio de 2009. No cantó ningún gallo.

        Un año y medio después, el 8 de noviembre de 2010, la condenaron a muerte. Y por si acaso prospera el recurso contra la sentencia, diversos imanes han prometido una fortuna a quien la elimine, dentro o fuera de la cárcel.
        Y todo, ¿por qué? Porque durante una agotadora jornada de cosecha bajo el sol bebió agua reservada a mujeres musulmanas. Se lo reprochó una arpía y en la discusión posterior nombró al Profeta. En Pakistán eso es blasfemia y se paga con la horca.
        El caso de Asia Bibi ha dado la vuelta al mundo como suprema expresión de irracionalidad y fanatismo, y como símbolo de la persecución anticristiana en los países mahometanos. Benedicto XVI y Hillary Clinton han pedido su libertad, y dos políticos pakistaníes de primer nivel, el gobernador del Pendjab (musulmán) y el ministro para las Minorías (cristiano), fueron asesinados por defenderla.
        Faltaba su voz, que nos llega ahora en un testimonio desgarrador: ¡Sacadme de aquí! (LibrosLibres). Desgarrador por los detalles de su calvario (en particular el aborrecible Khalil, su carcelero, émulo de El expreso de medianoche), y aún más por sus antecedentes: la dura pero apacible vida doméstica que se truncó aquel día.
        Madre de cinco hijos, Asia Bibi es campesina. Su marido, Ashiq, albañil. Forman una de las dos familias cristianas de la aldea de Ittan Wali. Saben que son parias por su fe, y sin embargo aman la tierra donde han nacido: “No soy musulmana, pero soy buena pakistaní, católica y patriota, devota de mi país como de Dios”.
        Y hasta reconoce que le gustaba regular su tiempo por las llamadas de oración del almuecín desde el minarete de la mezquita, pautando el entrañable transcurrir de la jornada en la vida de los suyos. En su casa no podía haber crucifijos ni imágenes de la Virgen. Solo “una pequeña Biblia escondida en el colchón, nuestro tesoro”.
        Forman -formaban- un hogar feliz, basado en un sincero amor conyugal, nacido a primera vista, fomentado en el pudor y firme ante las adversidades.
        Su noche nupcial transcurrió con el encanto de la inocencia: “Me eché totalmente vestida sobre la cama y vi a Ashiq hacer lo mismo. Estábamos al lado el uno del otro, sin osar movernos. Nos quedamos con la mirada fija en el techo sin poder mirarnos a los ojos. Después, sentí la mano de Ashiq acariciar la mía. Me hizo pequeñas caricias tímidas e inexpertas sobre el dorso de la mano, mientras yo volví la cabeza y planté mis ojos en los suyos”. Nunca antes se habían tocado.
        La última esperanza
        El relato de Asia Bibi nos permite conocer también lo que supone una Navidad cuando para asistir a misa hay que recorrer caminos infernales durante horas, apelmazados en un autobús con traje para la ocasión y humor de fiesta.
        “Es el día más feliz del año, la ocasión bendita de reconocer el amor que nos han dispensado el Padre y su hijo Jesucristo”: tres horas de celebración litúrgica para cantar y rezar “con muchas ganas y con una gran alegría interior”, luego exteriorizada en torno a pequeñas hogueras en la calle donde las familias comparten el pastel.
        Los niños depositan entonces las ofrendas a los pies del Niño Jesús y los padres dejan, bajo el pesebre, “algún billete para ayudar al párroco”.
        A pocos metros de la iglesia de Sheikhupura donde vivió los gozos de esa última Nochebuena se encuentra el calabozo sin ventana y sin retrete donde Asia Bibi aguarda hoy la muerte, en un estado de salud física y mental que se deteriora por el aislamiento, la humedad, el frío, la suciedad y la desnutrición.
        Allí musita cada noche una oración: “Santa María, madre de Jesús, te ofrezco mis oraciones y mis sufrimientos. Dame la fuerza de hacer bien lo que tú me demandes. Guarda y protege a mis niños, mi familia. Haz que permanezcamos unidos bajo tu protección. Ayúdanos en esta mala hora. Bendícenos y acompáñanos hasta que nos encontremos en el cielo junto a ti. Amén”.
        Este libro es la última esperanza para que puedan encontrarse antes.

        El honor de Pakistán
        Son los caballeros sin espada que ofrecieron su vida por la de una dama que, a los ojos de la corrección política de su país, no vale nada.
        Salman Taseer, gobernador del Pendjab, musulmán, fue asesinado a tiros por su propio guardaespaldas el 4 de enero de 2011 tras liderar el rechazo a la ley contra la blasfemia. Dos meses antes había convocado en la cárcel una rueda de prensa en la que Asia Bibi explicó al mundo su caso.
        Shahbaz Bhatti, ministro de las Minorías, católico, fue asesinado a tiros por un grupo islamista el 2 de marzo de 2011. Se había impuesto a las autoridades de la prisión para que Asia Bibi pudiese ver a su marido y a sus hijos, a quienes llegó a acoger en su propio domicilio cuando tuvieron que huir de su pueblo.
        En ¡Sacadme de aquí!, Asia Bibi cuenta la desolación en que la dejaron ambos crímenes. Si ese es el destino de los hombres con poder... ¿qué puede esperar ella?
        Carta a su familia
        Mi querido Ashiq, mis queridos hijos:
        Desde que he vuelto a mi celda y sé que voy a morir, todos mis pensamientos se dirigen a ti, mi amado Ashiq, y a vosotros, mis adorados hijos. Nada siento más que dejaros solos en plena tormenta.

        Tú, Imran, mi hijo mayor de 18 años, te deseo que encuentres una buena esposa, a la que tú harás feliz como tu padre me ha hecho a mí.
        Tú, mi primogénita Nasima, de 22 años, ya tienes tu marido, con una familia que tan bien te ha acogido; da a tu padre pequeños nietecitos que educarás en la caridad cristiana como te hemos educado nosotros a ti.
        Tú, mi dulce Isha, tienes 15 años, aunque seas medio loquilla. Tu papá y yo te hemos considerado siempre como un regalo de Dios, eres tan buena y generosa... No intentes entender por qué tu mamá ya no está a tu lado, pero estás tan presente en mi corazón, tienes en él un lugarcito reservado nada más que para ti.
        Sidra, no tienes más que 13 años, y bien sé que desde que estoy en prisión eres tú la que se ocupa de las cosas de la casa, eres tú la que cuida de tu hermana mayor, Isha, que tanto necesita de ayuda. Nada siento más que haberte conducido a una vida de adulto, tú que eres tan jovencita y que deberías estar todavía jugando a las muñecas.
        Mi pequeña Isham, solo tienes 9 años, y vas a perder ya a tu mamá. ¡Dios mío, qué injusta puede ser la vida! Pero como continuarás yendo a la escuela, quedarás bien armada para defenderte de la injusticia de los hombres.
        Mis niños, no perdáis ni el valor ni la fe en Jesucristo. Os sonreirán días mejores y allá arriba, cuando esté en los brazos del Señor, continuaré velando por vosotros. Pero por favor, os pido a los cinco que seáis prudentes, os pido no hacer nada que pueda ofender a los musulmanes o las reglas de este país. Hijas mías, me gustaría que tuvierais la suerte de encontrar un marido como vuestro padre.
        Ashiq, a ti te he amado desde el primer día, y los 22 años que hemos pasado juntos lo prueban. No he dejado nunca de agradecer al cielo haberte encontrado, haber tenido la suerte de un matrimonio por amor y no concertado, como es costumbre en nuestra provincia. Teníamos los dos un carácter que encajaba, pero el destino está ahí, implacable… Individuos infames se han cruzado en nuestro camino. Hete ahí, solo con los frutos de nuestro amor: guarda el coraje y el orgullo de nuestra familia.
        Hijos míos, papá y yo hemos tenido siempre el deseo supremo de ser felices y de haceros felices, aun cuando la vida no es fácil todos los días. Somos cristianos y pobres, pero nuestra familia es un sol. Me habría gustado tanto veros crecer, seguir educándoos y hacer de vosotros personas honestas… ¡y lo seréis!
        No sé todavía cuándo me cuelgan, pero estad tranquilos, amores míos, iré con la cabeza bien alta, sin miedo, porque estaré en compañía de Nuestro Señor y con la Virgen María, que me acogerán en sus brazos.
        Mi buen marido, continúa educando a nuestros niños como yo habría deseado hacerlo contigo.
        Ashiq, hijos míos amadísimos, os voy a dejar para siempre, pero os amaré por toda una eternidad.
        Mamá.


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