domingo, 28 de octubre de 2012

"DESDE VILLALUENGA".

Después de acompañarnos unos días lluviosos, con temporales, ayer amaneció algo nublado y según las previsiones no daban agua aunque si una bajada de la temperatura. Sin pensarlo dos veces nos levantamos con las claras del día y preparamos el escaso equipaje para irnos a Villaluenga del Rosario, nuestro pueblo, el lugar donde descansamos y nos desintoxicamos de todo lo impuro, lo viciado, lo decepcionante que nos pueda rodear.

Salimos de casa sobre las diez y media de la mañana. El viaje duró hora y media. Éste se me hizo bastante corto pues estuve, gran parte del mismo, hablando con un buen amigo y hermano en una profunda y esclarecedora conversación.

Cuando llegamos al pueblo más alto de la Provincia de Cádiz, el tiempo era otro. Cielo encapotado y algo más de fresco que cuando salimos de Jerez. Aparcamos y metimos las cuatro cosas que llevábamos en medio de una chispeante lluvia.

Una vez dentro de la casa nos dispusimos a poner las cosas en su sitio. La leña en su lugar, guardar comida, poner libros en nuestra pequeña biblioteca que allí queremos hacer. Los libros nos rodean siempre y dónde nosotros estemos allí estará, cerca de nosotros, nuestros libros. Atesoramos una buena biblioteca en casa y queremos que en nuestra casa de Villaluenga, también, haya algunos de ellos.

Después de disponerlo todo a nuestra forma y manera, nos fuimos a la panedería Ntra. Sra. del Rosario, para ver al Elena Olmo y comprar pan de pueblo y una exquisita carne de membrillo,cien por cien natural, que hacen allí mismo. Todos los dulces están exquisitos y los bizcochos que hacen de forma tradicional están para rabiar. Muy aconsejable, cuando visitéis el pueblo, es ir a esta panadería que regenta nuestra amiga Pepi.

Una vez hecho el avituallamiento nos dirigimos, de nuevo, a casa para dejar las cosas. 

Entre esto y aquello se nos hizo la hora de almorzar, aunque teníamos comida en casa, nos fuimos al Casino de Villaluenga que regenta nuestro amigo Fernando. Nos sentamos en el coqueto salón y nos tomamos unas exquisitas tapas de ensaladilla, buenísima, unas albóndigas, que estaban para exquisitas, y unas croquetas de cocido, que no he probado nunca unas tan buenas, todo ello regado por un refresco de cola para Hetepheres y una copa de buen vino para mí. Aconsejo, vehementemente, el venir a comer al Casino de Villaluenga que están situado junto a la Iglesia en la Plaza Alameda. ¡No os arrepentiréis!

Después de saciar nuestros estómagos nos fuimos a dar un paseo de hora y media por los innumerables caminos que allí se entrecruzan. Los últimos diez minutos lo hicimos siendo acompañados por unas cuantas gotas de agua. En el mismo nos encontramos con varios vecinos del pueblo con los que estuvimos departiendo. La gente de Villaluenga son extraordinariamente hospitalarias y buenas.

Llegamos a casa y empezamos con la "operación chimenea". Pusimos los tronco, la pastilla para encender y metimos un cerillo. Poco a poco cogió brío las llamas y el inconfundible sonido del fuego abrasando la madera, el olor a leña, el calor de hogar que impregna cada poro de nuestros cuerpos y de nuestras almas hizo que ya no saliéramos en toda la tarde de casa. Allí se estaba demasiado bien para dar una vuelta o ir a tomar algo. Hetepheres y yo pasamos la tarde leyendo periódicos, libros, revistas y observando las llamas que inundaban todo con el crepitar de la chimenea como único sonido que rompía el invariable silencio que domina este pequeño pueblo a la falda de la montaña. Sobre las ocho de la tarde empezó a llover, a diluviar a veces, y eso hacía más apetecible, más ensoñador nuestra estancia en el salón de casa.

Después de cenar, ver un poco la tele, que se convierte en testigo mudo, así como reírnos un poco de los programas que estaban echando en esos momentos. Una vez apagados todos los rescoldos del fuego que nos había acompañado toda la tarde. Nos acostamos para coger un plácido y tranquilo sueño que duró hasta las nueve de la mañana que nos despertamos totalmente descansados, ya que allí no se escucha absolutamente nada más que el silencio.

Una vez duchados y vestidos para encarar un nuevo día en nuestro pueblo, nos fuimos a desayunar al Casino de Villaluenga. Fernando nos atendió con la amabilidad y la eficacia de siempre.Nos tomamos dos rebanadas de pan de campo con un café extraordinario, Hetepheres tomó té, y empezamos una buena conversación con él. Le prometimos que la semana que viene, si Dios quiere, iríamos por allí para echar una partida de dominó.

Después un paseo por el pueblo, llegamos hasta el  bello y coqueto cementerio, que estaba abierto pues lo estaban preparando para el día de los difuntos, y pudimos entrar y ver lo evocador que puede ser el estar enterrado en semejante lugar. En un sitio lleno de un romanticismo poético donde lo bello y lo eterno se dan la mano.

A las once empezaba la Santa Misa y allí nos encaminamos. El Templo estaba concurrido por muchas señoras y algún caballero del pueblo. El Párroco, D. Fráncisco Párraga, ofreció un homilía, como todas las suyas, que invitan a la reflexión. Os puedo asegurar que cuando participo de la Santa Eucaristía en Villaluenga del Rosario todos los sentidos, todo mi ser se acerca más profundamente al Misterio que nos une con Jesús hecho Eucaristía.

Una vez terminada la Misa pudimos saludar a Juana Moreno y su hermana, a Rosario Román así como otros  vecinos que colaboran servicialmente en las labores de la Iglesia y que con el roce está apareciendo el cariño. ¡Y eso se nota!

Finalizada la Eucaristía nos tomamos un aperitivo en la plaza principal del pueblo y nos fuimos tranquilamente para casa mientras nos encontrábamos con algunos vecinos que nos saludábamos amigablemente.

Una vez en casa, preparamos las cosas y nos pusimos para almorzar tranquilamente teniendo como telón de fondo las montañas a las cuales iban envolviendo numerosas nubes.

Sobre las tres y cuarto de la tarde, con el nuevo horario, nos fuimos hacia el coche en medio de un gran diluvio y empezamos el camino de vuelta a Jerez después de pasar un día y medio entre una profunda tranquilidad que ha conseguido calmar nuestro ánimo, nuestro espíritu y coger nuevas energías para encarar con alegría otra nueva semana.

Ir a Villaluenga del Rosario supone, para nosotros, que una necesaria atmósfera de quietud, tranquilidad, hospitalidad y buenos sentimientos nos rodeen. Le damos, continuamente, gracias a Dios por habernos permitido encontrar este pueblo y a sus gentes cuando más lo necesitábamos, cuando ansiábamos encontrar lo que creíamos que no existía: El valor de la palabra, de un apretón de manos, de ayudarse los unos a los otros, de conversar, del honor, de la gente con un corazón bueno y limpio de las impurezas que da el vivir en la ciudad, en una Sociedad cada vez más corrompida donde los falsos pilares que la sustentan están resquebrajándose por minuto. 

¡Tenemos tanto que aprender de los pueblos!

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