martes, 27 de noviembre de 2012

LA AYUDA DE LA RAZÓN A LA FE; POR MIGUEL ÁNGEL GARCÍA MERCADO.


Foro Universitario El Escorial

Desde que una parte de la Ilustración reivindicó para sí el ejercicio exclusivo de la razón, el cristianismo quedó automáticamente convertido en una religión al margen de la racionalidad ¿Se corresponde esta imagen, por más establecida que esté, con la realidad del cristianismo?
¿Qué dicen los textos? San Pablo castiga indudablemente lo que considera como falsa sabiduría, pero su opinión acerca del valor de la razón es clara. Dirá en 1 Co 14,20: “Hermanos, no seáis niños en el uso de la razón. Sed niños en la malicia, pero hombres maduros en el uso de la razón”. Ese es el ideal cristiano: niños por dentro, dispuestos a perdonar siempre; pero hombres en el uso de la razón.
Caritas in veritate 30, primera encíclica de Benedicto XVI dirá: “Las exigencias del amor no contradicen las de la razón. El saber humano es insuficiente y las conclusiones de la ciencia no podrán indicar por sí solas la vía hacia el desarrollo integral del hombre. Siempre hay que lanzarse más allá: lo exige la caridad en la verdad. Pero ir más allá nunca significa prescindir de las conclusiones de la razón, ni contradecir sus resultados. No existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor”. Este extraordinario texto nos muestra el objetivo cristiano: la caridad en la verdad, un amor rico en inteligencia y una inteligencia llena de amor. No se trata de optar por uno o por otro, la mente o el corazón. Se trata de lograr un equilibrio que permita al ser humano progresar sin perder su dignidad ni arrebatársela al resto de los seres humanos y al mundo. Si reflexionamos sinceramente, todos nosotros estaremos de acuerdo en que nuestra cultura está muy lejos de esa enriquecedora y armoniosa unidad.
El reciente compendio de la doctrina social de la Iglesia de 2005, nos dice en el punto 75: “La inteligencia de la fe incluye la razón, mediante la cual ésta, dentro de sus límites, explica y comprende la verdad revelada y la integra con la verdad de la naturaleza humana, según el proyecto divino expresado por la creación, es decir, la verdad integral de la persona en cuanto ser espiritual y corpóreo en relación con Dios con los demás seres humanos y con las demás criaturas. La centralidad del misterio de Cristo, por tanto, no debilita ni excluye el papel de la razón y por lo mismo no priva a la doctrina social de la Iglesia de plausibilidad racional y, por tanto, de su destinación universal. Ya que el misterio de Cristo ilumina el misterio del hombre, la razón da plenitud de sentido a la comprensión de la dignidad humana y de las exigencias morales que la tutelan. La doctrina social (…) da razón a todos de las verdades que afirma y de los deberes que comporta: puede hallar acogida y ser compartido por todos”. La razón es necesaria porque el cristianismo no se limita a recibir pasivamente las verdades reveladas sino que desea comprenderlas, quiere saber, pero acepta humildemente los diversos caminos por los que la verdad se presenta. El misterio de Cristo, sin dejar de serlo, ni debilita ni excluye el papel de la razón. Es más, es esa presencia de la razón la que permite ofrecerle esa doctrina social a todos, creyentes o no creyentes. Eso es lo que denomina “plausibilidad racional”, algo que puede ser acogido y comprendido por todos.
La razón ejerce así un doble papel: permite aumentar el entendimiento de las verdades reveladas y ofrecer a todo el mundo una base para el diálogo en base a la parte razonable que presentan esas verdades. No nos encontramos aquí con un rechazo de la razón sino con todo lo contrario: el convencimiento de que ésta es operativa, incluso en el ámbito de la fe, y que esas verdades de fe contienen aspectos que todos pueden comprender y compartir.

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