viernes, 30 de noviembre de 2012

"LOS UTÓPICOS SIEMPRE LA HAN LIADO PARDA O ROJA, PERO FATAL.

Diario de Cádiz



Enrique García-Máiquez · Poeta y traductor

"Los utópicos siempre la han liado parda o roja, pero fatal"

El poeta nacido en Murcia, pero que ejerce de portuense, se ha entregado con pasión a la traducción junto con Aurora Rice, del "Tomás Moro" escrito por William Shakespeare y otro autores, ofreciendo así la primera versión en castellano de esta obra.
MANUEL BAREA | ACTUALIZADO 30.11.2012 - 10:15
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El poeta Enrique García-Máiquez./ Fito Carreto
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-¿Por qué se ha tardado tanto en traducir este Tomás Moro (Rialp Ediciones. Madrid, 2012), de William Shakespeare y otros autores, al castellano?

-Se tardó mucho en admitirla en el canon shakespeariano. Al principio, el valioso manuscrito de la obra fue más tema de discusión entre bibliófilos y expertos que materia de disfrute del público. Egoístamente me alegro. Esto nos ha permitido a Aurora Rice y a mí darnos el lujo de traducir por primera vez al español algo de Shakespeare, nada menos, entre otros.

-¿Era algo habitual entonces escribir una obra, como en este caso, entre varios autores?

-No. Uno de los cinco coautores, Henry Chettle, era especialista en trabajos en colaboración. Había una razón más simple y utilitaria. En la Inglaterra isabelina la demanda de teatro era insaciable y había que producir a cuatro manos o a más.

-¿Se tardó mucho en descubrir que Skakespeare era uno de los autores?

-Ha sido un proceso lento y apasionante. Desde las primeras sospechas, en el siglo XVIII, pasando por las primeras pruebas, en el XIX, y una discusión de un siglo largo, repleta de pruebas filológicas, históricas, grafológicas y lexicográficas, y también de prejuicios y prevenciones, hasta llegar al acuerdo unánime de que Shakespeare escribió como mínimo 149 versos. Y no nos hemos quedado ahí: hoy muchos sugieren que la intervención del Bardo fue mayor. 

-¿Por qué participó?

-Unos sostienen que para ayudar a que la obra burlase la censura; otros consideran, basándose en que era el único de los cinco autores de previas simpatías católicas, que fue el principal autor.

-¿Podría haberla escrito en solitario?

-Es la hipótesis que defiende el prologuista de nuestra traducción, el profesor Joseph Pearce. Sería una obra de juventud, a ratos primeriza, a ratos premonitoria del genio, escrita para representarse en las casas nobles de recusantes católicos. El poeta la guardó, según Pearce, hasta que pensó que podría pasar la censura, justo tras la muerte de Isabel I.

-Uno de los autores era espía ¿no?

-Anthony Munday, un personaje de novela. Fue agente doble. En su juventud había ido a Roma, pretendiendo tener vocación al sacerdocio, para infiltrarse en los círculos de los seminaristas ingleses. Luego denunció a muchos jesuitas y consta que disfrutó en las atroces ejecuciones. Su caligrafía es la principal de la obra, pero no hay que descartar que, tratándose de un conocido colaborador del poder, Shakespeare lo comprase o lo convenciese para que pasara como suya una obra tan católica, camuflándola bajo la sombra de su tenebroso renombre.

-¿Haría falta en la época actual, a nuestra sociedad, un Tomás Moro?

-Un santo Tomás Moro viene bien siempre. Era un intelectual de verdad, un jurista riguroso, un político honrado, un humorista con gracia, un cristiano consecuente y un hombre entregado a su familia. A ver qué época no necesita a alguien así. A la nuestra, desde luego, le vendría como agua de mayo.

-¿Y a la literatura de este tiempo y sus convulsiones un William Shakespeare?

-Tenemos a un Shakespeare: William Shakespeare. Él habla de nuestras convulsiones e inquietudes. Nos retrata. El alma humana no cambia. Tomás Moro, sin ir más lejos, es una obra sobre la objeción de conciencia frente al absolutismo de la ley moldeable. Un tema de rabiosa actualidad.

-¿Por qué se embarcó en la traducción de esta obra?

-En cuanto conocí su existencia, me lancé a leerla. El cóctel de Moro y Shakespeare era irresistible. No estaba traducida al español y mi forma de leer en inglés, no siendo, ay, bilingüe, es traduciéndome los textos.

-Ha comentado que el texto permite ver de un modo muy transparente el férreo control que ejercía el poder sobre el trabajo de los dramaturgos de la época. ¿Por qué? ¿Cómo?

-En el manuscrito original constan las anotaciones del censor sir Edmund Tilney, tan imperativas como minuciosas. Es muy instructivo observar cómo los autores bordean, contando con el conocimiento y la inteligencia del público, los temas políticamente más delicados. La obra está llena de dobles y hasta de triples sentidos. Traduciéndola he tenido siempre presente el dístico del marqués de Tamarón: "Sin cesura ni censura / hay buena literatura".

-¿Tendría la obra la misma importancia sin la aportación de Shakespeare?


-No, pero paradójicamente sería mucho más conocida. Las incertidumbres sobre la autoría del genio inglés han hecho que muchos editores y estudiosos no se hayan atrevido a meterse en semejante laberinto crítico, aunque la obra en sí misma lo merecía.

-¿Compararía a algún líder político o religioso de esta época con Tomás Moro?

-Se piensa en muchos. Shahbaz Bhatti, el ministro católico de Pakistán, fue asesinado por su fe, y sabía a lo que se exponía. Václav Havel ha sido un escritor de talento que ha ocupado puestos de máxima responsabilidad política en su país, como Moro. También se piensa en la piedad de un De Gaspieri o, incluso, en el talante de un López Bravo; pero no son figuras asimilables.

-¿Llegarán los hombres a Utopía algún día?

-Tomás Moro habría dicho: "Dios les libre". Él habló de un "No lugar", hecho que subrayó con toda la potencia de la etimología griega, y habló de él con carretadas de ironía. No nos proponía un destino, sino un contraste. Como buen inglés, era más práctico, confiaba en el sentido común y en el sentido del humor para lidiar con las irremediables aristas de la realidad. Los utópicos en serio siempre la han liado parda, parda o roja, pero fatal.

-¿Qué habríamos hecho con Moro, de haber sido contemporáneo nuestro?

-En nuestra Europa no se le habría cortado la cabeza, pero se le habría cortado la carrera. Recordemos lo que hicieron con Rocco Buttiglione y, ahora, con Tonio Borg. La fe se sigue pagando cara.

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