domingo, 31 de marzo de 2013

VIVIR UNA SEMANA SANTA DISTINTA.


Hoy Domingo de Resurrección, día más importante para el cristiano, acaban estos días de profundo recogimiento y conversión de la Cuaresma que desembocó en la Semana Santa.

Tengo que decir que esta Semana Santa ha sido muy diferente para mí. Ya sea por mi enfermedad o por mi búsqueda del Bien y la Libertad que me ha llevado el haber vivido el tiempo Cuaresmal desde el alejamiento, desde la plena interiorización y meditación que puedo decir, sin temor a engaño, que después de estos días de profunda conversión soy otro. Le pedía al Señor ser otro y que mi vida fuera por esos derroteros donde la lucha por el Bien, por la Verdad, por la Fe, por Anunciar el Evangelio fuera primordial en mi vida.

Esto conlleva muchas incomprensiones, ataques, insultos, menosprecios, hasta de las personas que tú podía creer que más te estimaban, pero todo ello no será ni un rasguño por lo que tuvo que sufrir Jesucristo para darnos los que nos ha dado: Vida Eterna, Libertad Absoluta.

En eso radica en ser Hijos de Dios: En la Libertad que nos lleva a la Vida.

Por suerte, más que por desgracia, soy de esas personas que estoy invitado a diversos actos, algunos se solapan, y tengo que decir que me siento dichoso por contar con tantas personas que me estiman. Las que no me quieren, incluso me desprecian, les diré que rezo todos los días por ellas y que mi corazón, a estas alturas, no alberga ningún resentimiento ni rencor. El odio solo trae amargura y me niego a vivir así.

Pido perdón por no asistir a todos los actos a los que he sido invitado en esta Cuaresma y en esta Semana Santa. Sólo he asistido a dos o tres por razones profundamente sentimentales y porque a los que considero mi familia no puedo negarles nada. Mis dolencias que han hecho que mi ánimo no esté muy alto así como mi promesa de alejarme de todo, de “quitarme del medio” han hecho que no pueda haber estado en los sitios donde, amablemente, he sido invitado.

Tras culminar la Estación de Penitencia de mi Hermandad de los Afligidos, donde este año he podido gozar de una verdadera penitencia, nos fuimos a nuestro pueblo que es el sitio donde Dios me ha dado, con plena generosidad, la paz, el sosiego, la paz…

A mi querido hermano José Carlos le sorprendió mi decisión cuando le dije que me iría a partir del Miércoles Santo a Villaluenga del Rosario. Comprendo que no es fácil de comprender esta decisión.

YO SOY COFRADE. Para bien o para mal. Soy un auténtico entusiasta de este necesario, e imprescindible, Apostolado. Me gustan los Cortejos, los Pasos de Misterio, de Palio, la Música, el incienso, los detalles cuidados al extremo, su barroquismo, su identidad…

Pero este año, será por mis circunstancias espirituales, por mi peregrinación a Tierra Santa que cambió al cien por cien mi vida como cristiano, o por lo que sea necesitaba alejarme de todo y de todos. Para eso que mejor sitio que un lugar perdido en las montañas donde se vive la fe de otra forma, con más pureza, con más devoción, con una pasión distinta a la conocida hasta ahora.

Os puedo decir que he podido experimentar cuatro días extraordinarios de fe sencilla y pura.

Mis ratos de oración ante el  Santísimo, mis rezos en medio de la naturaleza agreste y pura, las procesiones del Viernes Santo que tanto me han dado, la fe de mis paisanos payoyos, los ratos de agradable tertulia con Juan de Dios, con Rubi y Fernando así con los momentos que he podido experimentar en mi casa con mi mujer no pueden ser sustituidos por nada.

Dios me ha dado la oportunidad de conocer otra forma de devoción, más pura, más original, dando importancia  a lo que verdaderamente lo tiene, dejando lo superfluo, lo innecesario fuera de todos nosotros.

Estos han sido unos días que pueden equipararse a un Retiro Espiritual. Cosa que necesitaba y anhelaba mi atribulada alma.

Os deseo, a todos mis queridos hermanos, una Feliz y Santa Pascua de Resurrección y que Dios siempre os bendiga.

Jesús Rodríguez Arias

DEJÉMONOS RENOVAR POR LA MISERICORDIA DE DIOS, DEJEMOS QUE LA FUERZA DE SU AMOR TRANSFORME NUESTRAS VIDAS.






2013-03-31 Radio Vaticana
(RV).- “Jesús ha resucitado. Ha vencido el amor, ha triunfado la misericordia”. El Papa Francisco ha presidido esta mañana en la plaza de san Pedro, engalanada como un jardín de flores, la Santa Misa del día de Pascua de Resurrección. Más de 250 mil fieles y peregrinos han participado en la ceremonia, al final de la cual el Santo Padre, desde el balcón central de la basílica vaticana, ha pronunciado el Mensaje pascual y ha impartido su bendición Urbi et Orbi. 


Texto completo del Mensaje pascual de Francisco


Queridos hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo: ¡Feliz Pascua!
Es una gran alegría, al comienzo de mi ministerio, poderos dar este anuncio: ¡Cristo ha resucitado! Quisiera que llegara a todas las casas, a todas las familias, especialmente allí donde hay más sufrimiento, en los hospitales, en las cárceles... Quisiera que llegara sobre todo al corazón de cada uno, porque es allí donde Dios quiere sembrar esta Buena Nueva: Jesús ha resucitado, está la esperanza para ti, ya no estás bajo el dominio del pecado, del mal. Ha vencido el amor, ha triunfado la misericordia. Siempre vence la misericordia de Dios.
También nosotros, como las mujeres discípulas de Jesús que fueron al sepulcro y lo encontraron vacío, podemos preguntarnos qué sentido tiene este evento (cf. Lc 24,4). ¿Qué significa que Jesús ha resucitado? Significa que el amor de Dios es más fuerte que el mal y la muerte misma, significa que el amor de Dios puede transformar nuestras vidas y hacer florecer esas zonas de desierto que hay en nuestro corazón. 
Esto puede hacerlo el amor de Dios. Este mismo amor por el que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, y ha ido hasta el fondo por la senda de la humildad y de la entrega de sí, hasta descender a los infiernos, al abismo de la separación de Dios, este mismo amor misericordioso ha inundado de luz el cuerpo muerto de Jesús, y lo ha transfigurado, lo ha hecho pasar a la vida eterna. Jesús no ha vuelto a su vida anterior, a la vida terrenal, sino que ha entrado en la vida gloriosa de Dios y ha entrado en ella con nuestra humanidad, nos ha abierto a un futuro de esperanza.
He aquí lo que es la Pascua: el éxodo, el paso del hombre de la esclavitud del pecado, del mal, a la libertad del amor y la bondad. Porque Dios es vida, sólo vida, y su gloria somos nosotros, es el hombre vivo (cf. san Ireneo, Adv. haereses, 4,20,5-7).
Queridos hermanos y hermanas, Cristo murió y resucitó una vez para siempre y por todos, pero el poder de la resurrección, este paso de la esclavitud del mal a la libertad del bien, debe ponerse en práctica en todos los tiempos, en los momentos concretos de nuestra vida, en nuestra vida cotidiana. Cuántos desiertos debe atravesar el ser humano también hoy. Sobre todo el desierto que está dentro de él, cuando falta el amor de Dios y del prójimo, cuando no se es consciente de ser custodio de todo lo que el Creador nos ha dado y nos da. Pero la misericordia de Dios puede hacer florecer hasta la tierra más árida, puede hacer revivir incluso a los huesos secos (cf. Ez 37,1-14).
He aquí, pues, la invitación que hago a todos: Acojamos la gracia de la Resurrección de Cristo. Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejemos que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta misericordia, cauces a través de los cuales Dios pueda regar la tierra, custodiar toda la creación y hacer florecer la justicia y la paz.
Así, pues, pidamos a Jesús resucitado, que transforma la muerte en vida, que cambie el odio en amor, la venganza en perdón, la guerra en paz. Sí, Cristo es nuestra paz, e imploremos por medio de él la paz para el mundo entero.
Paz para Oriente Medio, en particular entre israelíes y palestinos, que tienen dificultades para encontrar el camino de la concordia, para que reanuden las negociaciones con determinación y disponibilidad, con el fin de poner fin a un conflicto que dura ya demasiado tiempo. Paz para Iraq, y que cese definitivamente toda violencia, y, sobre todo, para la amada Siria, para su población afectada por el conflicto y los tantos refugiados que están esperando ayuda y consuelo. ¡Cuánta sangre derramada! Y ¿cuánto dolor se ha de causar todavía, antes de que se consiga encontrar una solución política a la crisis?
Paz para África, escenario aún de conflictos sangrientos. Para Malí, para que vuelva a encontrar unidad y estabilidad; y para Nigeria, donde lamentablemente no cesan los atentados, que amenazan gravemente la vida de tantos inocentes, y donde muchas personas, incluso niños, están siendo rehenes de grupos terroristas. Paz para el Este la República Democrática del Congo y la República Centroafricana, donde muchos se ven obligados a abandonar sus hogares y viven todavía con miedo.
Paz en Asia, sobre todo en la península coreana, para que superen las divergencias y madure un renovado espíritu de reconciliación.
Paz a todo el mundo, aún tan dividido por la codicia de quienes buscan fáciles ganancias, herido por el egoísmo que amenaza la vida humana y la familia,egoísmo que continúa la trata de personas... !la esclavitud más extendida en el siglo XXI. La trata de personas es la esclavitud más extendida del siglo XXI! Un mundo desgarrado por la violencia ligada al tráfico de drogas y la explotación inicua de los recursos naturales. Paz a esta Tierra nuestra. Que Jesús Resucitado traiga consuelo a quienes son víctimas de calamidades naturales y nos haga custodios responsables de la creación.
Queridos hermanos y hermanas, a todos los que me escuchan en Roma y en todo el mundo, les dirijo la invitación del Salmo: «Dad gracias al Señor porque es bueno, / porque es eterna su misericordia. / Diga la casa de Israel: / “Eterna es su misericordia”» (Sal 117,1-2).

TENEMOS MIEDO DE LAS SORPRESAS DE DIOS, FRANCISCO EN SU HOMILÍA DE LA VIGILIA PASCUAL.




2013-03-30 Radio Vaticana
(RV).- Francisco presidió la celebración de la Vigilia Pascual en la noche santa en la Basílica de San Pedro a las 20,30 de este sábado. En su homilía, el Papa dijo:
Queridos hermanos y hermanas
1. En el Evangelio de esta noche luminosa de la Vigilia Pascual, encontramos primero a las mujeres que van al sepulcro de Jesús, con aromas para ungir su cuerpo (Cfr. Lc 24, 1-3). Van para hacer un gesto de compasión, de afecto, de amor; un gesto tradicional hacia un ser querido difunto, como hacemos también nosotros. Habían seguido a Jesús. Lo habían escuchado, se habían sentido comprendidas en su dignidad, y lo habían acompañado hasta el final, en el Calvario y en el momento en que fue bajado de la cruz. Podemos imaginar sus sentimientos cuando van a la tumba: una cierta tristeza, la pena porque Jesús les había dejado, había muerto, su historia había terminado. Ahora se volvía a la vida de antes. Pero en las mujeres permanecía el amor, y es el amor a Jesús lo que les impulsa a ir al sepulcro. Pero, a este punto, sucede algo totalmente inesperado, una vez más, que perturba sus corazones, trastorna sus programas y alterará su vida: ven corrida la piedra del sepulcro, se acercan, y no encuentran el cuerpo del Señor. Esto las deja perplejas, dudosas, llenas de preguntas: «¿Qué es lo que ocurre?», «¿qué sentido tiene todo esto?» (Cfr. Lc 24, 4). ¿Acaso no nos pasa así también a nosotros cuando ocurre algo verdaderamente nuevo respecto a lo de todos los días? Nos quedamos parados, no lo entendemos, no sabemos cómo afrontarlo. A menudo, la novedad nos da miedo, también la novedad que Dios nos trae, la novedad que Dios nos pide. Somos como los apóstoles del Evangelio: muchas veces preferimos mantener nuestras seguridades, pararnos ante una tumba, pensando en el difunto, que en definitiva sólo vive en el recuerdo de la historia, como los grandes personajes del pasado. Tenemos miedo de las sorpresas de Dios; tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Él nos sorprende siempre.
Hermanos y hermanas, no nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas. ¿Estamos acaso con frecuencia cansados, decepcionados, tristes; sentimos el peso de nuestros pecados, pensamos no lo podemos conseguir? No nos encerremos en nosotros mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos: no hay situaciones que Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no pueda perdonar si nos abrimos a él.
2. Pero volvamos al Evangelio, a las mujeres, y demos un paso hacia adelante. Encuentran la tumba vacía, el cuerpo de Jesús no está allí, algo nuevo ha sucedido, pero todo esto todavía no queda nada claro: suscita interrogantes, causa perplejidad, pero sin ofrecer una respuesta. Y he aquí dos hombres con vestidos resplandecientes, que dicen: «¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24, 5-6). Lo que era un simple gesto, algo hecho ciertamente por amor – el ir al sepulcro –, ahora se transforma en acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida. Ya nada es como antes, no sólo en la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y en la historia de la humanidad. Jesús no ha muerto, está resucitado, es el Viviente. No es simplemente que haya vuelto a vivir, sino que es la vida misma, porque es el Hijo de Dios, que es el que vive (Cfr. Nm 14, 21-28; Dt 5, 26,Jos 3, 10). Jesús ya no es del pasado, sino que vive en el presente y está proyectado hacia el futuro, es el «hoy» eterno de Dios. Así, la novedad de Dios se presenta ante los ojos de las mujeres, de los discípulos, de todos nosotros: la victoria sobre el pecado, sobre el mal, sobre la muerte, sobre todo lo que oprime la vida, y le da un rostro menos humano. Y este es un mensaje para mí, para ti, querida hermana y querido hermano. Cuántas veces tenemos necesidad de que el Amor nos diga: ¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? Los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura..., y es ahí donde está la muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive. Acepta entonces que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos abiertos. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en él, ten la seguridad de que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que buscas y la fuerza para vivir como él quiere.
3. Hay un último y simple elemento que quisiera subrayar del Evangelio de esta luminosa Vigilia Pascual. Las mujeres se encuentran con la novedad de Dios: Jesús ha resucitado, es el Viviente. Pero ante la tumba vacía y los dos hombres con vestidos resplandecientes, su primera reacción es de temor: estaban «con las caras mirando al suelo» – observa san Lucas –, no tenían ni siquiera valor para mirar. Pero al escuchar el anuncio de la Resurrección, la reciben con fe. Y los dos hombres con vestidos resplandecientes introducen un verbo fundamental: «Recuerden cómo les habló estando todavía en Galilea... Y recordaron sus palabras» (Lc 24, 6.8). La invitación a hacer memoria del encuentro con Jesús, de sus palabras, sus gestos, su vida; este recordar con amor la experiencia con el Maestro, es lo que hace que las mujeres superen todo temor y que lleven la proclamación de la Resurrección a los Apóstoles y a todos los otros (Cfr. Lc 24, 9). Hacer memoria de lo que Dios ha hecho por mí, por nosotros, hacer memoria del camino recorrido; y esto abre el corazón de par en par a la esperanza para el futuro. Aprendamos a hacer memoria de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas.
En esta Noche de luz, invocando la intercesión de la Virgen María, que guardaba todos estas cosas en su corazón (Cfr. Lc 2, 19.51), pidamos al Señor que nos haga partícipes de su resurrección: nos abra a su novedad que trasforma, a las sorpresas de Dios; que nos haga hombres y mujeres capaces de hacer memoria de lo que él hace en nuestra historia personal y la del mundo; que nos haga capaces de sentirlo como el Viviente, vivo y actuando en medio de nosotros; que nos enseñe cada día a no buscar entre los muertos a Aquel que vive. Amén.
(MFB – RV).

SEMANA SANTA CON EL PAPA FRANCISCO.







Juntos por la vía de la Cruz esperando la resurrección de Jesús, Francisco en el Via Crucis

2013-03-30 Radio Vaticana
(RV).- (Con Audio) Francisco presidió la noche del viernes el tradicional “Via Crucis” en el Coliseo: un camino de oración que nos adentra en la meditación de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo en su camino al Calvario. El "Camino de la Cruz" nos recuerda a los mártires y nuestro llamado a seguir sus pasos. Las meditaciones de este año fueron encomendadas por el Papa a un grupo de jóvenes libaneses guiados por el Patriarca de Antioquía de los Maronitas, cardenal Béchara Boutros Raï. Los textos que ofrecieron los jóvenes libaneses durante las catorce estaciones quisieron llamar la atención sobre todas las realidades de la Iglesia que ha sufrido y sufre en las diversas regiones del mundo. Al finalizar el Via Crucis, el Obispo de Roma se dirigió a los cientos de miles de fieles y peregrinos (“también a todos los que se han unido a nosotros a través de los medios de comunicación social”), y luego les impartió la Bendición Apostólica.
Palabras de Francisco al final del Via Crucis (Audio) :  
Queridos hermanos y hermanas
Les doy las gracias por haber participado tan numerosos en este momento de intensa oración. Y doy las gracias también a todos los que se han unido a nosotros a través de los medios de comunicación social, especialmente a las personas enfermas o ancianas. No quiero añadir muchas palabras. En esta noche debe permanecer sólo una palabra, que es la Cruz misma. La Cruz de Jesús es la Palabra con la que Dios ha respondido al mal del mundo. A veces nos parece que Dios no responde al mal, que permanece en silencio. En realidad Dios ha hablado, ha respondido, y su respuesta es la Cruz de Cristo: una palabra que es amor, misericordia, perdón. Y también juicio: Dios nos juzga amándonos. Si acojo su amor estoy salvado, si lo rechazo me condeno, no por él, sino por mí mismo, porque Dios no condena, Él sólo ama y salva. Queridos hermanos, la palabra de la Cruz es también la respuesta de los cristianos al mal que sigue actuando en nosotros y a nuestro alrededor. Los cristianos deben responder al mal con el bien, tomando sobre sí la Cruz, como Jesús. Esta noche hemos escuchado el testimonio de nuestros hermanos del Líbano: son ellos que han compuesto estas hermosas meditaciones y oraciones. Les agradecemos de corazón este servicio y sobre todo el testimonio que nos dan. Lo hemos visto cuando el Papa Benedicto fue al Líbano: hemos visto la belleza y la fuerza de la comunión de los cristianos de aquella Tierra y de la amistad de tantos hermanos musulmanes y muchos otros. Ha sido un signo para Oriente Medio y para el mundo entero: un signo de esperanza. Continuemos este Via Crucis en la vida de cada día. Caminemos juntos por la vía de la Cruz, caminemos llevando en el corazón esta palabra de amor y de perdón. Caminemos esperando la resurrección de Jesús.

(RC-RV) 



Videomensaje de Francisco por la ostensión de la Sábana Santa

2013-03-30 Radio Vaticana
(RV).- (Audio)  El Papa Francisco grabó un breve videomensaje con ocasión de la ostensión de la Sábana Santa, este sábado, en la catedral de Turín. Mensaje que, tal como explicó nuestro Director General, el Padre Federico Lombardi, fue realizado para ser transmitido durante el programa de la Rai “A su imagen” mientras en la catedral se reúnen los enfermos con su Arzobispo Metropolitano, Monseñor Cesare Nosiglia, quien pidió este gesto al Santo Padre.

Texto del mensaje del Papa: 

Queridos hermanos y hermanas:
También yo me pongo con ustedes ante la Sábana Santa, y doy gracias al Señor que nos da, con los instrumentos de hoy, esta posibilidad.
Pero aunque se haga de esta forma, no se trata simplemente de observar, sino de venerar; es una mirada de oración. Y diría aún más: es un dejarse mirar. Este rostro tiene los ojos cerrados, es el rostro de un difunto y, sin embargo, misteriosamente nos mira y, en el silencio, nos habla. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo es posible que el pueblo fiel, como ustedes, quiera detenerse ante este icono de un hombre flagelado y crucificado? Porque el hombre de la Sábana Santa nos invita a contemplar a Jesús de Nazaret. Esta imagen – grabada en el lienzo – habla a nuestro corazón y nos lleva a subir al monte del Calvario, a mirar el madero de la cruz, a sumergirnos en el silencio elocuente del amor.
Así pues, dejémonos alcanzar por esta mirada, que no va en busca de nuestros ojos, sino de nuestro corazón. Escuchemos lo que nos quiere decir, en el silencio, sobrepasando la muerte misma. A través de la Sábana Santa nos llega la Palabra única y última de Dios: el Amor hecho hombre, encarnado en nuestra historia; el Amor misericordioso de Dios, que ha tomado sobre sí todo el mal del mundo para liberarnos de su dominio. Este rostro desfigurado se asemeja a tantos rostros de hombres y mujeres heridos por una vida que no respeta su dignidad, por guerras y violencias que afligen a los más vulnerables... Sin embargo, el rostro de la Sábana Santa transmite una gran paz; este cuerpo torturado expresa una majestad soberana. Es como si dejara trasparentar una energía condensada pero potente; es como si nos dijera: ten confianza, no pierdas la esperanza; la fuerza del amor de Dios, la fuerza del Resucitado, todo lo vence.
Por eso, contemplando al hombre de la Sábana Santa, hago mía la oración que san Francisco de Asís pronunció ante el Crucifijo:
Sumo, glorioso Dios,ilumina las tinieblas de mi corazón 
y dame fe recta, esperanza cierta 
y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, 
para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento. Amén.
(MFB – ER– RV).




“Les traigo una caricia de Jesús

2013-03-29 Radio Vaticana
(RV).- (audio)  Francisco celebró la Misa en la Cena del Señor, que conmemora la institución de la Eucaristía y del sacerdocio, en la cárcel de menores de Casal del Marmo, en las afueras de Roma. Una misa que normalmente presidía el Pontífice en la basílica de san Juan de Letrán, catedral de Roma.
Sobre la misa y en particular sobre el lavatorio de los pies oigamos la crónica del padre Lombardi que estaba presente en la ceremonia.
Fue uno de estos momentos que no se olvidan, llenos de gran emoción y caridad. Asistieron a la ceremonia litúrgica unas 120 personas, por supuesto, sobre todo jóvenes del Instituto, que eran unos cincuenta muchachos, y con ellos representantes de las distintas categorías del personal del reformatorio que los siguen de diversas maneras. 
Por lo que se refiere a la liturgia de la Cena del Señor, después de las lecturas, hubo una breve homilía del Santo Padre. Una homilía que fue prácticamente una introducción al gesto del lavatorio de los pies, como modelo de amor y de servicio. 
El momento del lavatorio de los pies fue realmente muy impresionante. El Papa se acercó a la primera fila de los jóvenes. Había 12 jóvenes, entre ellos un par de los musulmanes y entre ellos también dos chicas y, por lo tanto, representaban en cierto modo las distintas nacionalidades y confesiones de los jóvenes que viven en el Instituto.
El Papa se arrodilló con ambas rodillas en el suelo, seis veces porque cada vez lavó los pies de los dos jóvenes que estaban cerca. Y el Papa les lavó los pies vertiendo el agua, luego secándolos y finalmente besando uno de los pies de cada uno de los doce jóvenes a los que hizo este maravilloso acto de servicio. Fue un acto y un momento muy conmovedor... y también muy comprometido porque el Papa estaba de rodillas, con ambas rodillas en el suelo.
Fue una ceremonia muy sencilla, por el deseo y voluntad expresada por el mismo Pontífice, que concelebró la misa junto al Cardenal Vicario Agostino Vallini y al padre Gaetano Greco, capellán del reformatorio. Ayudaron en la celebración eucarística dos diáconos, y dos jóvenes del Seminario Romano.
(ER - RV)

ASIA/PAKISTAN. EL ARZOBISPO COUTTS: "EN PASCUA NUESTRAS IGLESIAS ESTARÁN LLENAS"




Karachi – El miedo y la violencia no impedirá que los cristianos de Pakistán celebren con gran devoción, y con presencia masiva, la Semana Santa. S. Exc. Mons. Joseph Coutts, Arzobispo de Lahore y Presidente de la Conferencia Episcopal, explica a la Agencia Fides: “En Pascua, nuestras iglesias estarán llenas. La fe de los fieles es viva y fuerte: la violencia o ataques, como el dela Joseph Colony, tienen el efecto de fortalecer aún más”. Monseñor Coutts está convencido de que los cristianos en Pakistán continuarán dando un fuerte testimonio: “No debemos perder la esperanza, sabemos que el Señor está con nosotros y son los mismos fieles, aun en las dificultades, los que alientan a todos los sacerdotes, los laicos católicos en Pakistán aumentan en número”.Lo sucedido en la Joseph Colony, donde 178 hogares de fieles fueron quemados por una turba musulmana, por el caso de supuesta blasfemia, no ha disuadido a los fieles de Lahore. El p. Bonnie Mendes dice a Fides que “el ambiente a pesar de la trágica violencia, es de gran optimismo y hay voluntad de reconstruir o reparar las casas. Se mira hacia adelante. La reconstrucción avanza rápidamente, las personas están regresando a sus hogares, el gobierno provincial ha otorgado una indemnización y en unos pocos días, trabajando día y noche, más de 30 familias han reconstruido sus hogares. Cáritas está ayudando mucho a los sin techo. Esperamos que la Pascua sea pacífica y armoniosa”. “Sobre los desafíos tales como los derechos humanos y contra la blasfemia - dice el padre Mendes - seguimos siendo optimistas, incluso después de este episodio, por ejemplo, el Maulana Zubair, conocido líder islámico, ha dicho públicamente, con mucha fuerza, que tenemos que revisar el abuso de la ley de la blasfemia: esto es una buena señal para el futuro”.

¡TODO EMPIEZA DE NUEVO, CRISTO HA RESUCITADO!



Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net

¡Alegría de Cristo resucitado! ¡Alégrese toda la tierra! ¡Alégrate tú, Cristo te ha salvado!
 
¡Todo empieza de nuevo, Cristo ha resucitado!
Vamos a hacer de esta reflexión una contemplación de la experiencia que Pedro tiene sobre la resurrección de Cristo. Dice el Evangelio: "Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Nathanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos".

Recordemos que Cristo ha resucitado. Todos han sido testigos: ha estado con ellos, les ha hablado y les ha prometido que dejaba al Espíritu Santo, han visto el milagro de Tomás; sin embargo, la soledad vuelve a rodearles.
"Simón Pedro les dice: "Voy a pescar. Le contestan ellos: También nosotros vamos contigo. Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada". Los apóstoles estaban solos respecto a Cristo, solos respecto a su oficio de pescadores. ¡Y de pronto sucede algo que ellos no esperaban!

Una de las características de las apariciones de Cristo es la gratuidad. Cristo no se aparece para dar gusto a nadie. Cristo mantiene en sus apariciones una gratuidad. "Me aparezco cuando quiero, porque yo quiero". Con lo que Él nos vuelve a manifestar que Él es el verdadero Señor de la existencia.

"Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era él. Díeles Jesús: Muchachos, ¿no tenéis pescado?" ¡Imagínense cómo le contestarían..., después de toda la noche trabajando se habían acercado a la orilla, y un señor imprudente les pregunta si no tienen pescado! Y Él les dice: "Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis". Echan la red y resulta que ya no la pueden arrastrar por la abundancia de peces. ¿Qué sentirían?

"El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: Es el Señor". De nuevo se repiten las mismísimas situaciones al primer encuentro con Jesús: Un día, después de pescar infructuosamente, todos en la barca regresan. Los experimentados han fracasado, y un novato les dice que echen ahí las redes, que ahí hay peces. La echan y efectivamente la red se llena.

¡Cuántas cosas semejantes al primer amor! Juan no lo narra, lo narran los otros evangelistas, pero sabe al primer encuentro. Y Juan, que ama y es amado, dice: "Es el Señor". Reconoce los detalles del inicio de la vocación. Es como si Cristo buscase dar marcha atrás al tiempo para decir: "Todo empieza de nuevo, sois verdaderamente hombres nuevos", como en el primer momento, como en el primer instante. Como que el primer amor vuelve a surgir desde el fondo de nosotros mismos para recordarnos que somos llamados por Cristo.

Juan, en la fe y en el amor, reconoce al Señor, y Pedro sin pensar dos veces, se lanza de nuevo hacia Él. Ya no es el Pedro del principio de este Evangelio: amargado, triste, enojado. Es un Pedro que ha oído: "Es el Señor"; y se lanza al agua. Y después viene toda esa hermosísima escena de la comida con Cristo, en la que el Señor produce de nuevo la posibilidad de comunión con Él, en amistad, en cercanía y en abundancia. "Siendo tantos los peces, no se rompió la red".

Todo esto va preparando la experiencia de Pedro con Cristo. Hay ciertos temas que Pedro no ha tocado aún, hay ciertas situaciones que Pedro no se ha atrevido a señalar. Hay un aspecto que Pedro, aun estando con Cristo resucitado, no ha resuelto todavía: la noche del Jueves Santo; la negación de Pedro. Es un tema que Pedro tiene encerrado en un closet con siete llaves. Tan es así, que Pedro se lanza al aguan como diciendo: "aquí no ha pasado nada, yo vuelvo a ser el primero". Y Cristo dice: "traed los peces". Y Pedro es el primero en ir a buscarlos. Como si a base de estos gestos uno quisiese tapar aquellas cosas que no nos gustan que los demás vean.

Y continúa el Evangelio diciendo: "Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan ¿me amas?". Cristo vuelve a preguntar por el amor. "[...] Apacienta a mis ovejas." Cristo confirma a Pedro su misión.

Y este amor que Cristo nos propone, es un amor nuevo. No es el amor de antes, no es el amor de aquella jornada junto al lago en la que Cristo les pregunta: "¿Quién soy yo para vosotros?", y Pedro responde: "eres el Hijo de Dios." No es el amor de la sinagoga de Cafarnaúm cuando Cristo les dice: "¿También vosotros queréis marcharos?", y responde Pedro: "Señor, ¿a dónde iremos?" No es el amor del jueves por la tarde, cuando Cristo le dice: "Uno de vosotros me va a entregar", y Pedro salta. Cristo le dice: ¿Sabes qué? Tú me vas a negar tres veces. Y Pedro, explotando, dice: Yo antes daré mi vida que negarte a ti.

No es ese amor, no es el amor antiguo, el amor que nace de la propia decisión, el amor que nace, como un río, del propio corazón. Es el amor que, como lluvia, Cristo deposita sobre el desierto del alma de Pedro. Es el amor que se derrama sobre el alma, un amor que ya no procede de mi certeza, de mi convicción, de mi inteligencia, de mis pruebas, de mi tecnicismo; es el amor que nace sólo del apoyo que Cristo da a mi vida. Y ese amor es el amor que me va a hacer superar la debilidad para ponerme de nuevo en el seguimiento del Señor. No es el amor que nace de mí, sino el amor que viene de Él.

"En verdad, en verdad te digo, cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas a donde querías; pero cuando llegues a viejo extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras." Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: Sígueme.

Y Pedro ve a Juan y le dice a Jesús; "Señor, y éste ¿qué?" Y Jesús le responde: "Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme". Con esto Jesús le está diciendo: Olvídate de tu alrededor, deja de lado todos los otros apoyos que hasta ahora has tenido; tú, sígueme.

La resurrección, por sí misma, no es una garantía de nuestra proyección y lanzamiento con corazones resucitados. Habiendo sido testigos, nuestra vida puede continuar igual, sin transformaciones reales. Y esto lo vemos cada uno de nosotros en nuestra vida constantemente. Somos testigos de tantas cosas, y a lo mejor nuestra vida sigue igual.

La resurrección, el hecho de que veamos a Cristo, de que experimentemos a Cristo resucitado, la alegría de Cristo resucitado, a lo mejor, lo único que hace es dejar nuestra vida un poco más tranquila, pero no renovada. Sobre nuestra vida puede proyectarse la sombra del pasado o la incertidumbre del futuro. Nuestra vida puede seguir aferrada a antiguas certezas, a los criterios que nos han servido de brújula durante mucho tiempo.

Es bonito que Cristo haya resucitado, pero repasemos nuestra vida para ver cuántas veces pensamos que no nos sirve de mucho y que en el fondo hasta es mejor que las cosas sigan como están. Pedro no parece tener todavía una conciencia plena de lo que significa la resurrección de Jesucristo: lo vemos apegado a sus antiguos hábitos. Pedro sigue siendo el mismo, nada más que ahora se siente más solo, porque casi lo único que ha sacado en claro es la debilidad de su amor. Después de tres años, para Pedro lo único que prácticamente hay claro es que su amor es sumamente débil. Pedro se ha dado cuenta de que puede fallar mucho y de que no sabe ser roca para los demás. Junto a todas las cosas de que ha sido testigo tras la resurrección de Cristo, en el corazón de Pedro hay algo que pesa: la pena, el fracaso para con quien él más ama.

Esto es como una herida tremenda en el corazón de Pedro, que ni el Domingo de Resurrección, ni las otras apariciones han sido capaces de curar, de limpiar, de purificar. A pasar de todos sus esfuerzo -cuando le dice María Magdalena:"ahí está el Señor”, y corre; le dice Juan: “es el Señor", y se lanza al agua-, el corazón de Pedro tiene una experiencia de profunda tristeza. Él sabe que es muy débil, más aún, nada le garantiza que no lo volvería a hacer, y casi prefiere ni pensar.

Quizá nosotros, después de esta Cuaresma en la que hemos ido recogiendo, como un odre, todas las gracias, todos los propósitos de transformación, todas las necesidades de cambio, todas las ilusiones de proyección, todavía podríamos tener un peso en nuestra alma: el saber que somos débiles, que nada nos garantiza que no volveríamos al estado anterior. Y, la verdad, se está muy a gusto pensando en la resurrección, mejor que pensar en esto.

La resurrección por sí misma no es garantía; pero, si queremos dar un paso adelante, nos daremos cuenta de que Cristo a Pedro lo renueva en el amor y en la misión. El diálogo en la playa entre Cristo y Pedro es un diálogo de renovación en el amor. Pedro amaba a Cristo, y desde el primer momento en que Cristo le pregunta: "Simón, hijo de Juan",(ya no le dice Pedro) me amas más que éstos?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Esa certeza, el amor a Cristo, Pedro la tiene clavadísima en su alma.
Pedro, después de tres veces de preguntarle Cristo sobre el amor de su alma, se da cuenta de que, muy posiblemente, ese triple amor está curando una triple negación. Pedro constata que su amor se había quedado enredado en las tres veces que dijo: "No conozco a este hombre". 

Cuando lo negó por tres veces, sus palabras, sus miedos encadenaron el amor vigoroso de Pedro. Y cuando Cristo sale al patio y lo mira, esa mirada hizo que Pedro se diera cuenta de las cadenas que él había echado.

Y Cristo como que quiere retomar la escena. Y así como retoma la escena de la vocación de ese primer momento, Cristo retoma la escena de la negación, como si Cristo le dijera a Pedro: ¿dónde estás?, ¿dónde te quedaste?, ¿te quedaste en el Jueves Santo?; vamos a volver ahí.

Y Cristo renueva el diálogo con Pedro donde se había quedado, y Cristo renueva su amor a Pedro y el amor de Pedro hacia Él, donde se había quedado atorado, en el jueves por la noche.

Cristo nos enseña que amarle en libertad significa ser capaces de mirar de frente nuestras debilidades, de volver a recorrer con Él los caminos que por miedo no nos atrevemos a cruzar.

Quizá, cada uno de nosotros tenga un jueves por la noche; quizá, cada uno de nosotros tenga una criada, una hoguera, unos soldados y un gallo que canta. Y Cristo, con amor, nos enseña a mirar de frente esa negación para que ya no nos atoremos ahí: "Si un día me dijiste no, camina ahora conmigo".

El día que Pedro negó a Jesucristo, a lo que Pedro le tuvo miedo fue a morir por Cristo, a morir con Cristo. Pedro sabía que si decía que era discípulo del Señor, le podían echar mano y llevarlo al calabozo. Pero el amor de Cristo retoma a Pedro y se lo lleva, purificándolo hasta anunciarle que él también un día va a morir por Él. "Cuando eras joven te ceñías tú mismo, cuando seas viejo extenderás los brazos, otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras".Y luego añadió: "Sígueme".

Cristo nos renueva con su amor para que atravesemos ese tramo de nuestra vida en el que el miedo a morir con Él, el miedo a entregarnos a Él nos dejó atorados. Ese tramo de nuestra vida en el que todavía nosotros no hemos atrevido a poner nuestros pies porque sabemos que significa extender las manos y ser crucificados.

Cristo no le pregunta a Pedro: "¿me vas a volver a negar?" Sino que le pregunta: "¿me amas?". A Cristo le interesa el amor. Sólo el amor construye, porque sólo el amor repara, une, sana y da vida. El amor renovado, el amor resucitado es el lazo que Cristo vuelve a lanzar a Pedro. El amor capaz de pasar a través de la propia experiencia, ese amor que es capaz de pasar por lo que uno una vez hizo y preferiría no haber hecho, y guarda su conciencia; ese amor que es capaz de pasar por el propio pasado, por la imagen que yo hubiera podido forjarme de mí mismo. Ese amor es el inicio que reconstruye un corazón cansado, porque este amor ya no se apoya en nosotros, sino en Cristo.

«Sígueme», no te sigas a ti mismo, no sigas tus convicciones, tus gustos, tus ideas. Este amor ya no se apoya en ti; es el amor que proviene de Cristo, el amor que nace de Dios. Dirá San Juan: "Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama, no ha conocido a Dios porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que Dios envió al mundo a su Hijo Único, para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación para nuestros pecados. Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros nos debemos amarnos unos a otros".

La experiencia de Pedro es la experiencia de un amor renovado. Pero al mismo tiempo, la experiencia que Pedro tiene de Cristo resucitado, es un amor que no se puede quedar encerrado, es un amor que se hace misión. Es un amor que renueva la misión de apóstoles que nos ha sido dada; es un amor que, en nuestro caso, renueva el vínculo con la misión evangelizadora de la Iglesia, renueva el compromiso cristiano a que fuimos llamados al ser bautizados. No es un amor que se queda en un cofre guardado, es un amor que se invierte, es un amor que se reditúa, es un amor que se expande. Y este amor es un amor que no teme; no teme a la cruz que significa la misma misión, porque va acompañado de Cristo que me dice: "Sígueme".