martes, 26 de marzo de 2013

SI LOS VÍNCULOS FALLAN; POR MANUEL BUSTOS RODRÍGUEZ.

Diario de Cádiz
LA TRIBUNA

Si los vínculos fallan

MANUEL BUSTOS RODRÍGUEZ | ACTUALIZADO 26.03.2013 - 01:00
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CUALQUIER sociedad humana está sustentada en pequeños vínculos que unen a sus miembros entre sí. Son variados y de diferente origen. Están los más naturales (basados en la sangre y el parentesco) y los que se erigen sobre valores más abstractos como la autoridad, la confianza, la solidaridad, el respeto o la fidelidad. Mientras los primeros remiten a las raíces mismas del ser humano, los segundos son mucho más frágiles, al depender no sólo del consentimiento personal, sino también de la moralidad, la educación, el convencimiento o el grado de cohesión social de los individuos. Evidentemente, unos y otros vínculos influyen de manera decisiva en la salud de la colectividad y en la continuidad de la misma.

Cuando hoy miramos a nuestro alrededor, no deja de recorrernos el cuerpo una sensación cada vez más cierta de que el barco donde navegamos hace aguas; de que la capacidad de maniobra se reduce, el cambio de rumbo se presenta día a día más complicado, y las alternativas no se otean en el horizonte inmediato. Entre tanto, los vínculos que nos cohesionaban se disuelven y, con ello, se debilita también la confianza mutua que nos solidariza. Nos falla, en definitiva, la esperanza. ¿Final de una época? ¿Crisis de una cultura? Resulta muy difícil ponerle nombre.

Lo único claro es la conciencia, cada vez más extendida, de crisis. Y no me refiero sólo a la económica, que, como tantas veces se ha dicho, no es sino parte, tal vez la más pedestre, de la crisis con mayúsculas. Habría, tal vez, que remontarse muy atrás en el tiempo para encontrarle similitud a la situación.

La conciencia del fenómeno está, pues, extendida a un conjunto cada vez más numeroso, aunque cada uno de sus miembros vacile a la hora de identificar la causa o las causas. No es infrecuente que se tire hacia lo más próximo e inmediato, incluso hacia lo más tópico (la corrupción e ineficacia de los políticos, la presión alemana, la falta de democracia o la ambición sin límites de los banqueros) sin ir más allá.

La realidad es que instituciones de diferentes ámbitos que parecían sólidas y solventes han dejado de serlo; tiemblan valores y conductas consideradas inconmovibles en su ejemplo desde siempre, y así, muchos vínculos de los que hablábamos al principio se van progresivamente resquebrajando.

En este ambiente de naufragio, las actitudes insólitas, casi a la desesperada, cuando no extravagantes, la guerra de todos contra todos y los nihilismos autodestructivos emergen con fuerza, como si se tratara de una huida hacia no se sabe dónde, impregnada de tendencias suicidas, tanto individuales como colectivas.

El problema se agrava cuando, como sucede, los capitanes del barco, llamados a señalar el rumbo, horadan y saquean las bodegas del mismo para arramplar con lo que pillen antes del naufragio y gozar de lo conseguido, mientras tiembla la tripulación. Y es que, cuando desaparecen en la sociedad los fundamentos que la cohesionaban y la esperanza que justifica los sacrificios, las renuncias, la moderación en el uso de las cosas y las actitudes de gratuidad, las preocupaciones se centran en el goce desordenado y egoísta, en los intereses propios a expensas de los comunes y en el poder por el poder. Si he de desaparecer, lo haré con la barriga bien repleta, apurando los placeres, al margen de su licitud: tal parece ser la consigna.

A estas alturas de la navegación, no parece ya convincente esperar tan sólo a que el temporal amaine o a que caiga el meteorito amenazador, ahora sí, con mayor contundencia. O aguardar a que nos dominen los nuevos bárbaros de diferente signo que ya tenemos en casa. Una vez que se han hecho saltar los resortes cuesta mucho restablecerlos o sustituirlos por otros que reconstruyan lo roto. Será necesario un largo período de tiempo.

Entre tanto, hemos de buscar con ahínco cómo situarnos en el lugar oportuno para la salida, preparándonos convenientemente. Es preciso entrenarse previamente, adoptar los comportamientos precisos, cambiar la mente; estar en vela. No es descartable que el temporal se lleve muchas cosas por delante, ni que algunos de nosotros naufraguemos con él. Pero, tras la tormenta perfecta viene la calma que le sucede. Y hay que estar con el salvavidas preparado, el tablón o la barca prestas, dispuestos a comenzar algo nuevo cuando amaine y se atisbe en lontananza tierra. Su posterior preparación con abono nuevo no nos corresponderá ya a nosotros; si no perdemos antes el instinto de conservación, será obra de las generaciones venideras.

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