domingo, 19 de mayo de 2013

IGLESIA DE SANTA CLARA DEL PONTIFICIO COLEGIO FRANCÉS EN ROMA. PADRE RUPNIK.









Via S. Chiara, 42 - 00186 Roma
El trasfondo
El trasfondo de todo el mosaico es neumatológico. Recuerda al Espíritu Santo como Señor que da la vida, que hace accesible la realidad de la fe a toda personas y comunica la salvación a todo hombre, estableciendo una relación real entre los hombres y Dios. La vida espiritual es vida en el Espíritu Santo. Si nuestro enfoque a la espiritualidad es el Espíritu Santo, nuestra vida desemboca en Cristo porque el Espíritu Santo encarnó al Hijo de Dios y dispone los corazones humanos a esa actitud fundamental que nos hace reconocer como hijos que llaman constantemente al Padre (cf. Rom 8, 15). Sólo el Espíritu Santo es la garantía de que nuestra fe no se convierte en ideología, en moralismo y en cualquier otro reduccionismo que siempre termina en dualismos frustrantes.
Pentecostés
Iglesia de Santa Clara del Pontificio Colegio Francés
Roma - Italia
Noviembre 2004

Pentecostés
La escena central es Pentecostés, donde se quiere destacar la irrupción del Espíritu Santo, «un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso» (Hch 2, 2). Los apóstoles están a ambos lados de la estatua de la Madre de Dios y Madre de la Iglesia, María de Nazaret. Tienen los vestidos de color diferente para expresar el pluralismo de la fe, pero están unidos por el único color del manto para expresar la unidad de la Iglesia.
Anunciación
Iglesia de Santa Clara del Pontificio Colegio Francés
Roma - Italia
Noviembre 2004

La Anunciación
En el Espíritu se sitúa el gran misterio de la Encarnación, precisamente porque sin el Espíritu la encarnación del Verbo nos queda inaccesible. Aquí la Virgen es representada en una actitud de humildad y de total apertura ante el rollo de la Palabra que, acogido por María en un abrazo, la atraviesa toda.
A izquierda de María se barruntan las alas del ángel que le llevó la alegre noticia. Estamos justo en el momento descrito por Lucas en su evangelio: «Y el ángel la dejó» (1, 38).
«... y la dejó el ángel»
Iglesia de Santa Clara del Pontificio Colegio Francés
Roma - Italia
Noviembre 2004

La crucifixión
Mirando al altar a la derecha está representa la crucifixión, el misterio pascual de nuestro Señor, que nos es igualmente inaccesible sin Pentecostés.
La crucifixión es el momento crucial de la manifestación del Amor de Dios al hombre. El Hijo de Dios se entrega por completo al hombre, deja que el hombre haga de él lo que quiera. Dios nos ama tanto que nos da a su Hijo unigénito (cf. Jn 3,16) y no permite desencadenar sobre Él todo el mal que llevamos dentro. Pero, precisamente al clavarlo sobre la cruz, el hombre descubre lo bueno que es el Señor. Ante un Dios humillado así, no experimenta miedo y puede revelarle toda su iniquidad.
Pero no se descubre de forma automática en este acontecimiento la revelación del amor divino. Sin su dimensión divina, la crucifixión permanece sólo como un acto criminal, un terrible sufrimiento sin sentido alguno. Se necesita el Espíritu Santo para decir que Jesús es el Señor (cf. 1Cor 12, 3) y que, por tanto, también puede superar la muerte. La Iglesia, en efecto, comenzó a representar la cruz y al crucificado sólo cuando la fe en la divinidad de Cristo estaba ya tan consolidada que no había duda de que se trababa del Hijo de Dios, por lo cual la cruz ya no era sólo escándalo y necedad, sino instrumento de salvación. Por eso, en el primer milenio las escenas de la crucifixión mantenían claros signos de la presencia divina: la aureola como símbolo de divinidad y santidad; los ojos de Cristo abiertos para afirmar que la vida vence a la muerte, etc de modo que quien la veía pudiera decir, como el centurión: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15, 39).
En esta escena Cristo no está desnudo, como de costumbre en la crucifixión, sino que lleva el vestido del sumo sacerdote que entra una vez para siempre en el santuario no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, procurándonos así una redención eterna (cf Hb 9, 12). Está clavado, pero al mismo tiempo ya transfigurado, en gloria. A su lado está María. Con la cabeza reclinada y la mano sobre el pecho, expresa la actitud contemplativa de quien tiene el pensamiento absorbido en el corazón de lo que ve. Imagen de la Iglesia, escucha la sabiduría de la cruz: logra hacer una lectura espiritual del acontecimiento delante de sus ojos. Ella es la nueva Eva. De hecho, como Eva salió del costado de Adán, así la nueva Eva -la Iglesia nace de su costado, para generar hijos para el Padre. María-Iglesia está envuelta en el manto, el manto de la gloria. Con la muerte de Cristo, la humanidad por fin se descubre amada, revestida del amor divino. La cruz de Cristo nos revela que el sufrimiento es parte integrante del amor. Quien ama sufre antes o después. Pero sólo el amor puede convencernos del sentido del sufrimiento y es la única fuerza capaz de transfigurarlo
La crucifixión – manifestación de la Gloria de Dios. El manto de Cristo - la Gloria de Dios - atraviesa a la Madre
Iglesia de Santa Clara del Pontificio Colegio Francés
Roma - Italia
Noviembre 2004
 

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