lunes, 6 de mayo de 2013

MAISHA YOTE (PARA TODA LA VIDA).



La pastoral familiar en África descubre a los más pobres la dignidad de cada persona

Decía Juan Pablo II: «De la familia nacen los ciudadanos, y éstos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes sociales que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad». Este papel de la familia como factor de cambio social es especialmente notorio en África, donde la labor pastoral que la Iglesia realiza, desde hace décadas, está dibujando un escenario inédito hasta ahora en países como Chad o el Congo: sexualidad ordenada, paternidad responsable, matrimonios fieles y estables, hijos felices y familias volcadas en el compromiso con su comunidad local
 
Matrimonios, en los cursos que la Fundación Vivir cristianamente la familia. San José realizan en República Centroafricana (izquierda) y en la Chad (derecha). Fotos cedidas por Ayuda a la Iglesia Necesitada
El profesor Nsingi era muy respetado en Kisantu, en la Repúbica Democrática del Congo. Tanto él como su mujer, Noeli, y sus tres hijos, estaban muy implicados en la diócesis e incluso habían dado trabajo a una alumna de Nsingi, que cuidaba a sus hijos. Por eso, nadie esperaba la tormenta que se desató cuando, hace unos meses, Noeli tuvo que irse una semana a un hospital de Kinshasha para cuidar a uno de sus hijos, que había enfermado de pronto. Durante aquella semana, Nsingi tuvo relaciones sexuales con la alumna que iba a ayudarles en casa, y a las pocas semanas ésta le dijo que estaba embarazada. Cuando Noeli descubrió la traición, se lo comunicó a su familia y sus tíos montaron en cólera. Y en el Congo, los tíos de los cónyuges son los que más influyen sobre un matrimonio, pues son quienes dan el consentimiento a la unión y entregan la dote antes de la boda. La familia de Noeli exigió la ruptura del matrimonio, y que Nsingi devolviese cuanto habían regalado a la pareja. Los tíos de Nsingi reaccionaron con un enfrentamiento entre familias. Asimismo, la alumna dijo que iba a abortar porque no podía ocuparse del bebé. El caso parecía abocado al desastre. Hasta que intervinieron las misioneras Lauritas, que desarrollan una gran labor de pastoral familiar en Kisantu.
Una de ellas, la Hermana Flania Copete, explica que «no dimos a esta familia por perdida, porque Jesús no da a nadie por perdido. Lo primero fue hablar con la alumna, le dimos una oportunidad de formarse y mantener a su hijo, y le ayudamos a que no abortara. Después, mediamos entre las familias para que el choque no fuese a más, y hablamos con Nsingi y Noeli. Tenían motivos para romper el matrimonio, pero después de varias charlas sobre el amor, la fidelidad, el pecado y el perdón, Nsingi le pidió perdón de verdad -aquí los hombres no suelen pedir perdón, y menos a su mujer- y ella supo perdonar». Apostar por el amor tuvo consecuencias inesperadas: «Al nacer la hija de la alumna, ésta confesó que el padre no era Nsingi, sino que había provocado acostarse con él para encubrir al padre verdadero, otro joven sin recursos. Su caso ha sido la mejor catequesis sobre cómo reconocer la culpa, pedir perdón y superar problemas en familia», dice.
Motor para el desarrollo integral
La pastoral familiar que desarrolla la Iglesia no es algo raro en Kisantu, ni tampoco en el resto del África negra. Desde hace décadas, la presencia de misioneros y del clero nativo es uno de los principales motores de desarrollo en el continente, y no sólo porque lleven a cabo proyectos como crear infraestructuras agrícolas, escolarizar niños o facilitar la atención sanitaria a los más pobres, sino porque la visión cristiana de la persona está revolucionando la forma de vida de cada vez más comunidades. No es casual que, al tiempo que el cristianismo avanza en África, los datos muestren que desciende el hambre y que la convivencia mejora en las regiones pequeñas. Es la secuencia lógica: conforme la Iglesia subsana las necesidades materiales, las prioridades se centran en la formación espiritual y humana de la persona. Construido el pozo, no sólo se saca agua para beber, sino también para bautizar.
En realidad, los problemas no son tan diferentes entre, por ejemplo, un matrimonio de Mérida y otro de Pala, en Chad: falta de diálogo, sexualidad desordenada, incomprensión del carácter del cónyuge... Ésos son los escollos que abordan, en Chad, desde la asociación Vivir cristianamente la familia. San José, que cuenta con el apoyo de Ayuda a la Iglesia Necesitada. A través de talleres de conversación en pareja, charlas sobre el matrimonio y la familia cristiana, y tiempos de oración en común, esta asociación propone a las parejas que se acostumbren a dialogar sobre su día a día y sobre sus inquietudes más profundas, y les invitan a que acompañen ese diálogo con oración, para que el encuentro entre los cónyuges permita la experiencia del encuentro con Dios. La novedad que esto supone es llamativa en mitad de una población en la que se mezcla la visión islámica de la mujer (en Pala, hay 36.000 católicos frente a un millón de musulmanes) y una deficiente formación humana. Los testimonios que recoge Ayuda a la Iglesia Necesitada son elocuentes: «Yo consideraba a mi mujer una niña, así que no había lugar para el diálogo»; «Ahora hablamos de todo y somos más felices»; «Aquí no pedimos perdón, pero ahora soy capaz de reconocer que me equivoco»...
Problemas específicos de África
No obstante, África tiene sus problemas específicos: poligamia, analfabetismo, injerencia de la familia política en la vida de la pareja, desprecio de la mujer... «Nosotras -dice la Hermana Flania-, tenemos charlas semanales, encuentros familiares una vez al mes, oraciones en familia y visitas casa por casa, para tratar sus problemas y enseñarles a buscar soluciones unidos. Usamos mucho la Biblia: el libro de Ruth, el de Esther, la vida de san José y la Virgen... El mensaje de la Palabra sobre el perdón, la fidelidad, la entrega y la dignidad de cada ser humano impactan mucho a las familias, sobre todo en lo que afecta a los niños y a la mujer, a quienes se les desprecia y ningunea». El resultado es «que las familias salen fortalecidas y felices, escolarizan a los hijos y se implican en la comunidad. Al descubrir la dignidad de ser hijo de Dios, cambia todo». Así, como se dice en suajili, las parejas aprenden a ser felices maisha yote, o sea, para toda la vida.
José Antonio Méndez

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