¡Cómo está el tiempo! ¡Esto no es ni primavera ni
nada!
Lo mismo hacen días luminosos de sol, con un calor
agradable que cambia, de la noche a la mañana, en un intenso frío que puede
venir acompañado por la lluvia.
Esta situación normal en el norte y centro de
España es bastante extraña en el sur donde los campos aparecen con un verdor
lleno de esperanzas, los árboles han florecido y los riachuelos marcan el ritmo
con su pausado paso. Ver nubarrones, tormentas en medio de un ambiente de
gelidez por estos lares, la verdad, es chocante.
Cierro los ojos y miro con los del corazón, los de
los recuerdos. Me hallo sentado en un banco de piedra adornados con conchas un
camino, el que lleva a la casa, flanqueado de almendros en flor y un poco más
apartada una centenaria higuera que quiere explotar y entregarnos sus hermosas
brevas, fruto muy preciado y suculento para los estómagos que se lo puedan
permitir.
Olor a tierra mojada, a tardes regando las flores,
a charlas interminables y a cenas con amigos. Mesa larga con sillas alrededor,
nunca menos de veinte, y risas, conversaciones de todos los temas, chistes y
anécdotas por doquier. Siempre, desde pequeño, he vivido un ambiente donde la
sana, amena y culta conversación era parte de nuestro día a día.
Una terraza alargada con armoniosa luminosidad
donde lo mismo se conversaba, se leía, se escuchaba música acompañado del
sonido de la noche, de los grillos y el movimiento rápido de las lagartijas que
se acercaban a la luz para comerse a los mosquitos que pululaban cerca de
ellas. Dentro un salón-comedor, una pequeña cocina, una salita, un cuarto de
baño y dos dormitorios donde mis padres y todos los hermanos descansábamos.
Eran otras fechas donde los gatitos, las gallinas
y nuestro perrito Boby componían el resto del panorama. Recuerdos..., de eso
trata este post, recuerdos de mi infancia, de mi niñez, de mi corazón.
Mi madre tendiendo la ropa protegida por un pato
que tenía predilección por ella y que no consentía que nadie se acercara así
como difusos recuerdos de mi padre, murió siendo yo muy pequeño, regando y
disfrutando de su hogar, de su campo con su mujer y sus hijos.
Recuerdo que mi hermano y yo, junto a Boby, nos
íbamos por los pinares y recorríamos caminos y caminos, kilómetros y
kilómetros. Lo mismo en verano como en los primeros días del otoño donde las
primeras lluvias nos sorprendían y teníamos que cobijarnos para que la copa de
algún frondoso pino impidiera que nos pusiéramos chorreando. La naturaleza,
agreste y salvaje, y nosotros. Recuerdos felices, entrañables, de un tiempo que
no volverá aunque permanece en lo más recóndito del corazón y aquí está la
muestra.
Primavera que da paso al verano, tiempo donde la
luz y la energía nos hacen derrochar toda la que tengamos y donde el carácter
se convierte en jovial, amable y con ganas de hacer cosas aunque no hagas de
nada.
Este verano, en parte, lo disfrutaremos de nuevo
en el campo, no en esa casa de nuestra niñez sino en nuestro pueblo donde los
olores y el paisaje se mezclarán con mis recuerdos y entonces sentiré las
mismas emociones, las ganas de aventuras que cuando era tan solo un niño con la
única diferencia que ya llevo años gozando de una etapa de madurez que tanto me
está aportando.
Jesús Rodríguez Arias
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