viernes, 17 de mayo de 2013

MIS RECUERDOS DEL AYER.


¡Cómo está el tiempo! ¡Esto no es ni primavera ni nada!

Lo mismo hacen días luminosos de sol, con un calor agradable que cambia, de la noche a la mañana, en un intenso frío que puede venir acompañado por la lluvia.

Esta situación normal en el norte y centro de España es bastante extraña en el sur donde los campos aparecen con un verdor lleno de esperanzas, los árboles han florecido y los riachuelos marcan el ritmo con su pausado paso. Ver nubarrones, tormentas en medio de un ambiente de gelidez por estos lares, la verdad, es chocante.

Cierro los ojos y miro con los del corazón, los de los recuerdos. Me hallo sentado en un banco de piedra adornados con conchas un camino, el que lleva a la casa, flanqueado de almendros en flor y un poco más apartada una centenaria higuera que quiere explotar y entregarnos sus hermosas brevas, fruto muy preciado y suculento para los estómagos que se lo puedan permitir.

Olor a tierra mojada, a tardes regando las flores, a charlas interminables y a cenas con amigos. Mesa larga con sillas alrededor, nunca menos de veinte, y risas, conversaciones de todos los temas, chistes y anécdotas por doquier. Siempre, desde pequeño, he vivido un ambiente donde la sana, amena y culta conversación era parte de nuestro día a día.

Una terraza alargada con armoniosa luminosidad donde lo mismo se conversaba, se leía, se escuchaba música acompañado del sonido de la noche, de los grillos y el movimiento rápido de las lagartijas que se acercaban a la luz para comerse a los mosquitos que pululaban cerca de ellas. Dentro un salón-comedor, una pequeña cocina, una salita, un cuarto de baño y dos dormitorios donde mis padres y todos los hermanos descansábamos.

Eran otras fechas donde los gatitos, las gallinas y nuestro perrito Boby componían el resto del panorama. Recuerdos..., de eso trata este post, recuerdos de mi infancia, de mi niñez, de mi corazón.

Mi madre tendiendo la ropa protegida por un pato que tenía predilección por ella y que no consentía que nadie se acercara así como difusos recuerdos de mi padre, murió siendo yo muy pequeño, regando y disfrutando de su hogar, de su campo con su mujer y sus hijos.

Recuerdo que mi hermano y yo, junto a Boby, nos íbamos por los pinares y recorríamos caminos y caminos, kilómetros y kilómetros. Lo mismo en verano como en los primeros días del otoño donde las primeras lluvias nos sorprendían y teníamos que cobijarnos para que la copa de algún frondoso pino impidiera que nos pusiéramos chorreando. La naturaleza, agreste y salvaje, y nosotros. Recuerdos felices, entrañables, de un tiempo que no volverá aunque permanece en lo más recóndito del corazón y aquí está la muestra.

Primavera que da paso al verano, tiempo donde la luz y la energía nos hacen derrochar toda la que tengamos y donde el carácter se convierte en jovial, amable y con ganas de hacer cosas aunque no hagas de nada.

Este verano, en parte, lo disfrutaremos de nuevo en el campo, no en esa casa de nuestra niñez sino en nuestro pueblo donde los olores y el paisaje se mezclarán con mis recuerdos y entonces sentiré las mismas emociones, las ganas de aventuras que cuando era tan solo un niño con la única diferencia que ya llevo años gozando de una etapa de madurez que tanto me está aportando.

Jesús Rodríguez Arias

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