domingo, 12 de mayo de 2013

PEQUEÑA GRAN CRUZ; POR CRISTINA LÓPEZ SCHLICHTING.

La Razón


La azafata británica Nadia Eweida no salía de su asombro cuando sus jefes en British Airways le exigieron en 2006 que se quitase una pequeña cruz del cuello. Ella replicó que ni a los empleados sijs ni a los musulmanes se les pedía nada semejante (prescindir del turbante o del pañuelo), pero la compañía la amenazó con el despido. La asociación laicista Nacional Secular Society aseguró que Nadia pretendía hacer proselitismo. Ante el escándalo en Gran Bretaña, BA pretendió llegar a un acuerdo con Eweida, pero la británica había nacido en 1951 en Egipto y sabía que allí, año tras año, los cristianos mueren por cosas como llevar una cruz. Así que esta creyente pentecostal litigó y llegó hasta el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, que este año le dio la razón. «No puedo comparar mi caso con el de los cristianos coptos, porque algunos han perdido sus vidas, pero es verdad que aquí tenemos que ser más valientes», ha dicho esta semana en España, donde ha recibido el Premio a la Defensa de la Libertad Religiosa que concede Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN). No podemos pensar que lo de Naida Eweida no nos afecta. A nadie molestan los cristianos si rezan en casa o acuden a misa. Lo que fastidia es que tomemos postura en asuntos comunes o la presencia de las tradiciones cristianas en el espacio público, sea el belén o un colgante con la crucecita. La pretensión de erradicar el pasado está llevando a absurdos como privar a los niños de la explicación religiosa de la Historia del Arte. El resultado es que los alumnos confunden la Sagrada Familia del Pajarito con los Simpsons. Nuestra memoria cultural es tan cristiana que evitarla obliga a prescindir de la cultura más elemental. Cuando la mayoría de los padres piden enseñanza de religión en la escuela no hacen sino elegir una orientación de la persona hacia el amor que consideran buena para la convivencia de todos y que ha contribuido decisivamente a crear Europa y Occidente. Que cierta izquierda persevere en el anticlericalismo, aquí o en Gran Bretaña, es un signo de radicalidad ideológica que nos priva de cosas tan elementales como fundamentar de forma inteligente el respeto a la naturaleza (que no se sostiene en una mentalidad relativista o puramente economicista). Sencillamente: hay cosas que son sagradas. Benedicto XVI lo explicó en el Parlamento alemán para entusiasmo de los Verdes. Al final, la batalla de Nadia Eweida no es sólo la de la libertad, sino la de la racionalidad.

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