lunes, 22 de julio de 2013

CHULOS DE DEHESAS; POR ALFONSO USSÍA.

La Razón


Me lo afirmaba con sobrada vehemencia una vieja conocida mallorquina, simpatizante del GOB, pionero en las islas del ecologismo sandía, verde por fuera y rojo por dentro. El GOB es el Grupo Ornitológico Balear, ahora enfrentado a la Fiesta por definición en España, que es la de los toros. «El toro bravo tiene todo el derecho a nacer y morir en las dehesas». Creo que me lo dijo con la mejor intención. Es una mujer buena e impulsiva, y muy amante de su tierra y sus raíces de acuerdo a su ensaimada mental, que es más retorcida que la empanada mental de los peninsulares. La ensaimada, esa obra de arte de Mallorca –sin olvidar a la sobrasada–, es la culminación del arte de la bollería. Las mejores que he desayunado en mi vida han sido las del Hotel Formentor, al que el GOB impidió en su día, en los cerrados pinares de su entorno, construir un campo de golf, que además de constituirse en cortafuegos, estaba llamado a convocar el turismo de calidad en toda la zona de Pollensa y Alcudia. Me figuro que los del Grupo Ornitológico Balear temían por la integridad física de las aves, ya que es conocida la obsesión de los practicantes del golf de atizar bolazos a los pájaros en pleno vuelo. Unos asesinos, los jugadores de golf.
El GOB ya no se ocupa sólo de las aves, como reza y promete su condición ornitológica. Se ha pasado a los toros. Curiosamente, una alta proporción de los militantes del GOB son partidarios de los Países Catalanes, del abandono de España y de la integración de las islas Baleares en Cataluña. Me pregunto si alguno de ellos conoce una dehesa y ha visitado una ganadería de toros bravos. Mi amiga ecologista sandía, muy poco sostenida por los criterios científicos del ecologismo de altura, cree que los toros bravos conforman una especie de bóvidos salvajes capaces de sobrevivir a la desaparición de la Fiesta. Puede parecer contradictorio, pero el toro nace y vive divinamente tratado en los escenarios más bellos del campo español, precisamente porque lo hace, es cuidado, vigilado y custodiado durante cuatro años para morir en el ruedo. De nacerlos, alimentarlos, custodiarlos y cruzarlos en pos de unas mejores condiciones para la lidia, los responsables son los ganaderos, los propietarios de los prados y dehesas en los que el toro bravo vive. Sólo un modesto porcentaje termina su ciclo en las plazas de toros. El resto, la gran mayoría, contra una gran pérdida de dinero de sus propietarios, los ganaderos, terminan en un matadero, como el resto de los toros, bueyes, vacas, terneros y terneras que alimentan a millones de seres humanos, y entre los que, estoy seguro, se encuentra algún simpatizante del Grupo Ornitológico Balear. He leído el interesante libro «Los Derechos del Toro de Lidia» del profesor noruego Mölem Gravson y en sus muchos artículos no aparece el de morir en las dehesas como un chulo de pastos, bellotas y piensos enriquecidos. De aplicarse tan extravagante derecho, ya habrían desaparecido de la piel de España los toros bravos, siguiendo a sus arruinados ganaderos y cuidadores, veterinarios, mayorales y guardas jurados y sin jurar, en la cola del paro. El toro bravo no se reproduce por la exclusiva pasión que la naturaleza procura y la selección natural de sus machos y hembras. Es el hombre el que analiza, el que cruza y el que acierta o yerra a costa de su bolsillo, que en los últimos años no puede calificarse de boyante. El toro de lidia es un maravilloso animal de laboratorio, la consecuencia de siglos de estudio y extremado cuidado, y el principio y fin de una Fiesta que ha inspirado joyas de la Poesía, la Novela, el Cine, la Música, la Pintura, el Dibujo, la Escultura y el Ensayo de creación universal. El toro bravo nace para morir en la plaza después de componer, junto al hombre, una danza sosegada y profunda del arte en movimiento, con la muerte de testigo, siempre presente. No tiene otro sentido su vida, y de prohibirse la Fiesta, el toro bravo dejaría de existir en una generación.
Un toro bravo, por instinto, quiere ser todo menos el chulo de la dehesa. Quiere ser partícipe de un arte que se crea para que el movimiento permanezca siempre en la memoria. El de torear, sencillamente.

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