martes, 9 de julio de 2013

EVANGELIO DEL DÍA Y MEDITACIÓN.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 9,32-38:

En aquel tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo habló.
La gente decía admirada: «Nunca se ha visto en Israel cosa igual.»
En cambio, los fariseos decían: «Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios.»
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: «Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.»

II. Compartimos la Palabra

La Primera Lectura nos ofrece tres personajes importantes en la historia de Israel. Jacob, elegido por Dios por encima de su hermano, enzarzado en dos luchas, contra alguien que no sabemos exactamente si es un espíritu, un ángel o el mismo Dios, y contra sí mismo, sus miedos y recuerdos, como si le remordiera la conciencia por el comportamiento con su hermano Esaú. Labán, egoísta y explotador hasta de sus mismas hijas. Esaú, que odia a su hermano por su traición, pero se arrepiente y le ofrece la paz y la fraternidad.
Jesús, en el Evangelio, cura a un mudo. Y, ante este gesto, como sucedió otras veces, dos reacciones: la gente sencilla se admira y se alegra; los fariseos, en cambio, le acusan de realizar el milagro por el poder del jefe de los demonios. 
  • Mudez

Todo porque “presentaron a Jesús a un endemoniado mudo”. No se equivocaron los que se lo llevaron. Lo hicieron para que Jesús actuara y lo sanara, y cumplió con creces sus expectativas.
Todas las mutilaciones humanas son malas. La peor es la que se padece, pero, objetivamente, la mudez priva a la persona de poder comunicarse. Y Dios quiere que hablemos a los hermanos, con los hermanos y con Dios. Es cierto que, a veces empleamos mal esta facultad, que seremos juzgados por “toda palabra inútil”, pero también es cierto que podemos hacer mucho bien a los demás y propiciar, con lo que decimos, que esas palabras nos hagan mejores.
Nada extraño que “la gente dijera admirada: Nunca se ha visto en Israel cosa igual”. Es el gesto espontáneo y sincero de la gente sencilla y buena, de los y las que tienen la facultad de admirarse de lo admirable, de lo que nos sobrepasa, de lo sobrenatural, en este caso. No así los fariseos, los que habían perdido la capacidad de admirarse de lo sublime, de los que sólo buscaban encontrar lo que fuera para emplearlo en contra de Aquel que les estaba desinstalando todo aquel montaje que ellos habían construido pensando en ellos más que en la gente sencilla: “Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Sin pensar en absoluto en aquel pobre enfermo que había dejado de serlo por Jesús. 
  • Compasión

“Jesús, al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas”. Este es uno de los verbos que más emplea el Evangelio para expresar el sentimiento inmediato de Jesús ante el sufrimiento de las personas, sea por pobreza, por enfermedad, por soledad, por injusticias, por lo que sea. Jesús, como el samaritano de una de sus más entrañables parábolas, nunca puede pasar de largo ante quien pueda encontrarse echado, abandonado o enfermo a la vera del camino. Hoy es un mudo, otras veces leprosos, el hijo de una mujer viuda a quien llevan a enterrar en Naím, ciegos que se acercan a él en Jericó. Para Jesús los humanos nunca fueron números, sino personas.
“La mies es mucha, pero los obreros son pocos; rogad al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies”. Pero, trabajadores con un corazón limpio, sin deseos corruptos. Con un corazón bueno, donde no puedan anidar las injusticias. Con un corazón compasivo como el de Jesús.
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez 
La Virgen del Camino 

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