domingo, 7 de julio de 2013

LOS SECRETOS: ALFONSO USSÍA.

La Razón


El doctor en Historia Amadeo Martín-Rey ha principiado una interesante serie de semblanzas en estas páginas. «Los Secretos de la Nobleza Española», y la inicia con el ducado de Osuna. Osuna el grandísimo, poseedor de una Armada y protector de don Francisco de Quevedo. Y Osuna, el formidable dandy, el gran despilfarrador, la envidia del Zar de Rusia, el general Liberal enamorado de la estética Carlista, enviado por Isabel II a la Corte de San Petersburgo para elevar el prestigio de España. Por administrar su ruina se creó el Banco de Castilla, y don Francisco Silvela lo tildó de vago e imbécil. Su gran biógrafo, autor de la más pedante, acursilada y soberbia biografía «Riesgo y ventura del duque de Osuna» fue Antonio Marichalar, marqués de Montesa, un fastuoso escritor aterciopelado y culto. Isabel II odiaba a don Mariano y no confiaba en su lealtad. Era no conocerlo, porque un Osuna, aunque fuera por dandismo, jamás traicionaba. Brillante militar en sus tiempos segundones, general del Ejército isabelino, con el corazón inclinado a la causa de Carlos VII. Isabel II lo envía a Rusia de «representante», y es el Zar Alejandro el que le concede rango y tratamiento de embajador. Le acompaña Juan Valera, el gran escritor, su secretario particular, que no sale del asombro con los dispendios del duque. Aquel duque que se arruinó por mantener el buen nombre de España en la complicada y sutil Corte de los Zares, dominada por los embajadores de Francia e Inglaterra.
«Las venas con poca sangre, los ojos con mucha noche». Fallece don Pedro, su hermano mayor y cae sobre Mariano Téllez-Girón todo el oro, las coronas y las tierras de los Osuna. Lo tiraría todo por la borda, como lanzó su vajilla de oro al río Neva. Pero hoy, ciento treinta años después de su muerte y de su quiebra, sus descendientes conservan y viven de los zarpazos de su ruina. Los Osuna y los Infantado, principalmente. Personaje mal conocido y peor tratado. Viajero siempre con los manuscritos de amor de Quevedo en su baúl inmediato. Más dandy que Wilde y Baudelaire, y tan soldado como Zumalacárregui. Desconfiado con las mujeres, como su difunto hermano primogénito, que interpretaba sus besos como puertas abiertas a su incomensurable fortuna. Y no les faltaron motivos para el mosqueo. Fue tan desmedido y tan exagerado que hasta en la muerte dio que hablar. Su ataud no cabía en el Panteón. Siempre vestido de general con la capa blanca de Calatrava. Rosas frescas españolas para la Zarina. El mejor semental «purasangre» de Inglaterra, para dar vueltas y vueltas en torno a un pozo sacando agua. El incendio sospechoso de Beauraing. Su desprecio a la ordinaria figura de Bonaparte, que calmaba sus males de orina en un orinal de plata. Lo escribió, decenios más tarde, Manuel del Palacio: «Ríos de oro van de su minina/ a la bacina vil de sucia plata».
«Secretos de la Nobleza Española». Es de esperar que Martín-Rey se comporte con generosidad y guarde para sí los más fundamentales. Sólo discrepo de la anécdota que al final de su brillante trabajo narra. Escribe que en 1976, la actual duquesa de Osuna se ofreció a la Reina como Camarera Mayor de Palacio, y que Doña Sofía le respondió que necesitaba más una cocinera que una camarera. Tengo entendido que fue el Rey, en el transcurso de una audiencia con un grupo de señoras de la Grandeza. Atendió respetuosamente el ofrecimiento y con una media sonrisa lo descartó: «Muchas gracias, pero no es el momento ni los tiempos para recuperar esas mañas de Corte. Además, que lo que necesito no son camareras, sino una buena cocinera, porque la Reina es vegetariana, y aquí se come fatal».
Bienvenidos los interesantes trabajos de Amadeo Martín-Rey. Y los secretos cercanos en la cronología, mejor no hacerlos públicos. Pueden surgir sorpresas desagradables, ambiciones, egoísmos y deslealtades

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