martes, 23 de julio de 2013

ME DESCONECTO, LUEGO EXISTO; POR AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA.



Como bien saben los alumnos que estos días se han presentado a selectividad, la cultura moderna no sólo arranca con el nacimiento de la imprenta o el descubrimiento del nuevo mundo. Arranca con la famosa frase de René Descartes lapidariamente conocida con la fórmula “pienso, luego existo”. Esta relación entre las actividades cognitivas y el resto de funciones vitales consolidaba un acceso personal y propio al gran libro del mundo. 

Cinco siglos después, esta relación ha cambiado y podríamos reformularla así: “me desconecto, luego existo”. No me estoy refiriendo al hecho de que en verano o vacaciones uno tenga que desconectar en el sentido de cambiar o romper su actividad habitual. Me estoy refiriendo a dejar la conexión que mantenemos con lo que hablando impropiamente llamamos “nuevas tecnologías”, es decir, desconectarnos del móvil, del correo electrónico, de twitter, de facebook, de tuenti o de los numerosos cordones umbilicales con los que nos mantenemos unidos a los demás gracias a la todopoderosa y compulsiva presencia de las tecnologías de la información. 

Esta vinculación está generando una revolución apasionante en el mundo de la cultura y, lo que es más importante, está provocando debates éticos interesantes sobre las nuevas formas de entender la reflexión, la distancia, el alejamiento y, sobre todo, la necesaria perspectiva para considerar juicioso a un ciudadano. Una revolución que la tenemos en nuestras propias familias cuando descubrimos que el mayor castigo que podemos proporcionar a un adolescente es restringirle el uso del móvil o el acceso a las redes. Ya no sólo se habla de nuevas patologías por el mal uso y abuso de las redes, sino de verdaderas “adicciones”, es decir, comportamientos compulsivos, enfermizos, despersonalizadores y neuróticos que alteran lo que hasta ahora las estadísticas consideraban un comportamiento normal. 

A la informatización de hogares y centros de trabajo se ha sumado la portabilidad, accesibilidad y abaratamiento de las conexiones. Con ello se ha incrementado la posibilidad de construir una cultura informacional global donde la curiosidad refuerce la sociabilidad, es decir, una cultura donde la conexión que facilita la técnica no nos haga romper con los más próximos. Una posibilidad que deberíamos aprovechar para que nuestra atención a las pantallas no suponga una ruptura con el rostro del prójimo. Posibilidad de gran valor terapéutico para que este almacén de usuarios se transforme, algún día, en hogar de personas. 

Agustín DOMINGO MORATALLA 

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