lunes, 15 de julio de 2013

QUE NO TARDE; POR ALFONSO USSÍA.

La Razón


Una mayoría de los psiquiatras y psicólogos consultados coinciden en la posibilidad del suicidio de José Bretón. No de inmediato, porque su egolatría y el interés público de su juicio mantienen intacto su afán de notoriedad. Dicen los expertos que la sombra del olvido social caerá sobre su «ego» como una losa, y que ahí, entre las nubes de la insignificancia, en la soledad de la cárcel, quizá piense en sus hijos y en su crimen terrible. Cuando compruebe que su nada es incompatible con seguir viviendo y experimente detrás de los muros que ahí también es considerado un homínido despreciable, es posible que Bretón decida quitarse la vida.
Asumo que las autoridades penitenciarias están obligadas a impedir que se cumpla el deseado desenlace. Todavía no entiendo cómo ha podido contratar y mantener a su lado a un letrado prestigioso y de impecable trayectoria humana y profesional. Para mí, que su experiencia y dominio de las situaciones le han impedido soltarle un soplamocos de cuando en cuando. Comprendo el interés judicial del caso, y la abstracción del horror que todo buen abogado debe hacer para no caer en las redes de un criminal defendido. Pero el letrado también lo abandonará cuando se culmine el camino de los recursos. Y ahí se quedará el monstruo, en su soledad, en su maldad, en su rencor, que en un momento determinado, se volverá contra él mismo. Bretón, cuando se suicide, que parece probable, no se quitará la vida para descansar de su perversidad. Se la quitará porque será su vida la que tenga más a mano para asesinarla. Y por su terror a la indiferencia social.
Insisto en la comprensión de la adopción de todas las medidas precisas para impedir su muerte voluntaria. Pero tampoco sean pelmazos y tiquismiquis los encargados de velar por su integridad. Si en un control aparece una soga, no se la retiren. Resulta casi imposible impedir una dimisión de la existencia. Cualquier objeto puede convertirse en un arma mortal después de una adaptación fría y calculada. Francis Mallabrás, un cruel asesino de padre corso y madre maltesa, condenado a cadena perpetua por asesinar precisamente a su padre corso y su madre maltesa, era un gran aficionado a la música. En la celda individual de su prisión de Amiens disfrutaba de una elitista instalación musical. Sus hermanos le llevaban las grabaciones, y Gumar, el más inteligente de todos, decidió que lo más apropiado para acelerar el suicidio de su hermano era propocionarle diferentes versiones del Bolero de Ravel. A los doce días de oir el Bolero de Ravel, Francis Mallabrás se quitó la vida. Con música de Falla se han dado también hechos luctuosos, del mismo modo que centenares de cursis enamorados y no correspondidos en el amor han adelantado el fin de sus días con el fondo musical del «Adaggio» de Albinoni. Pero Bretón no parece tener aficiones de tanta altura. Su celda está empapelada de mujeres en pelotas y nadie sabe cómo meter mano al rincón más escondido de su sensibilidad, si es que tal rincón puede existir en semejante bestia.
Mientras exista un medio de comunicación que le solicite una entrevista, su «ego» estará lo suficientemente alimentado. Y últimamente la gente habla más desde la cárcel que en libertad. Mientras se hable de Bretón en los programas escabrosos de las cadenas de televisión, le compensará seguir viviendo. Sucede que la maldad no descansa, y surgirá un nuevo asesino que cometerá un crimen tan horrible como el de Bretón, y su interés personal menguará inmediatamente. Un año en prisión sin ser noticia es insoportable para un canalla vanidoso, y por ahí podría venir la cosa.
Me ha impresionado la casi unanimidad de criterios y vaticinios de los especialistas en analizar e interpretar las averías mentales. Bretón no es un enfermo. Es, simplemente, un asesino que supera todos los límites de la maldad. Ha asesinado a sus dos hijos pequeños, y ha permanecido -así lo asegura el Jurado-, impávido y frío ante la pira en la que se calcinaban sus restos. Pero su enfermedad es la publicidad. Le encanta haberse conocido. Cuando se canse de conocerse y los de fuera lo olviden, se quitará la vida. Y el mundo estará más seguro y feliz.
Que no tarde mucho en tomar la decisión.

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