sábado, 29 de marzo de 2014

EVANGELIO DEL DÍA Y MEDITACIÓN.

Lectura de la profecía de Oseas 6,1-6 Vamos a volver al Señor: él, que nos despedazó, nos sanará; él, que nos hirió, nos vendará. En dos días nos sanará; al tercero nos resucitará; y viviremos delante de él. Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz. Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra. - «¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, Judá? Vuestra piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora. Por eso os herí por medio de los profetas, os condené con la palabra de mi boca. Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos.»

Sal 50,3-4.18-19.20-21ab R/. Quiero misericordia, y no sacrificios

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R/.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias. R/.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos. R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: - «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador." Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

II. Compartimos la Palabra

  •  “¡Volvamos al Señor!””

Ya en los profetas del AT, el tema de la misericordia del Señor es claro. Vemos cómo el pueblo peca, se va detrás de otros dioses, da la espalda a Yahvé, que se enfada, les castiga, pero el pueblo tiene conciencia clara de que los enfados y los castigos de Yahvé no son eternos. Lo que sí es eterna es su misericordia. “¡Ea, volvamos al Señor! Él nos desgarró, él nos curará; él nos hirió, él nos vendará. En dos días nos sanará, al tercero nos resucitará y viviremos delante de él”. Lo que quiere Yahvé más que holocaustos y sacrificios es la conversión de corazón y, ante un corazón arrepentido, siempre responde con su amor, su perdón, su misericordia. “Porque quiero misericordia y no sacrificios”. Cuando llegue Jesús y sea acusado de perdonar a los pecadores invocará esta misma frase. Jesús, el Hijo de Dios, prefiere perdonar a castigar. Este es siempre el comportamiento de Dios con nosotros sus hijos. Siempre va a tener la mano levantada para perdonar nuestros desvaríos e incongruencias. Este debe ser también nuestro comportamiento ante las ofensas de los hermanos. El Papa Francisco en su exhortación sobre la alegría del evangelio dice: “A los sacerdotes les recuerdo que el confesonario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible”.
  •  “¡Oh Dios!, te compasión de este pecador”

Nos guste o no nos guste, no somos impecables, somos personas que pecan, que no siempre, en todo momento, somos fieles a la promesa libre de seguir a Jesús en todas sus sendas. El Papa Francisco lo suele repetir, poniéndose en primer lugar, diciéndonos que él es también pecador. Dioses no hay más que uno. Todos los demás somos humanos, limitados, pecadores. Cierto que no todos somos “ladrones, injustos, adúlteros”. Hay pecados veniales y pecados mortales. Pero ninguno de nosotros puede presentar su hoja en blanco en pobreza de espíritu, en mansedumbre, en limpieza de corazón, en trabajar por los pobres y la justicia… Nadie puede pronunciar las orgullosos palabras de fariseo. Todos, en un grado mayor o menor debemos repetir sinceramente con el publicano: “¡Oh Dios!, te compasión de este pecador”. Sabiendo que nuestro Padre Dios está dispuesto a perdonarnos setenta veces siete, y que siempre nos va a seguir ofreciendo su ternura y su amor.
Fray Manuel Santos Sánchez
Real Convento de Predicadores (Valencia)

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