lunes, 30 de marzo de 2015

DOMINGO DE RAMOS EN SEVILLA.

Diario de Sevilla



DOMINGO DE RAMOS

El sol lo enseña todo

El calor marca la primera jornada de la Semana Santa y permite una jornada oficialmente magnífica. Muchas lipotimias y un evidente exceso de veladores en lugares clave, en la versión vivida a pie de calle.
TEXTO: CARLOS NAVARRO ANTOLÍN / VÍDEOS: AINHOA ULLA, SEVILLA | ACTUALIZADO 30.03.2015 - 06:42
La ciudad soñada, la que usted le cuenta al de fuera con intensidad, amor y pasión, la que nos inventamos (o recreamos) al juntar las letras, la que muestran las postales y cantan los ripios, la que se conserva entre plásticos en el altillo de la memoria, no existe. Definitivamente. La lluvia es como la noche: tapa. Sevilla es un gato al que la noche sienta divinamente. Todos pardos, todos a soñar. El sol evidencia la cochambre, deja ver que la ciudad soñada es eso: un sueño. Es un sueño donde existen tres partes: el Domingo de Ramos, con toda su mezcla de belleza y miseria a partes desiguales (siempre gana la cochambre); del Lunes al Miércoles Santo, con el encanto de las jornadas laborales, que siempre restan algo de desmesura, y del Jueves al Sábado Santo, esa segunda mitad de bruscos contrastes con el epicentro de la Madrugada. 

Con el sol se ven las costuras de la Semana Santa, el exceso de poesía que tiene una jornada ideliazada al máximo. Bella si no se mira hacia abajo, hermosa si se admira de lejos. Hace años que el Domingo de Ramos es la versión XXL de la Semana Santa, un gran traje donde cabe todo. La belleza está, existe, pero resulta difícil buscarla en muchas ocasiones. La calle es un repertorio de mal gusto, no nos engañemos. Demasiada gente vivaquea en los callejones, esperando no se sabe qué en el entorno de la Encarnación, entre charcos de orín, con la corbata vencida y una cámara de fotos sobre un pretil, cuando la Virgen de Gracia y Esperanza, la que cae bien a todo el mundo, toma la Plaza Ponce de León bajo un sol radiante. Pero toda esa gente esta estática, algunos sin ni siquiera consumir nada en la taberna próxima. Quizás sea demasiado nivel clasificar ciertos chiringuitos como tabernas. Hay otro público que parece jugar a cruzar la carrera oficial. No es que no busquen los pasos, es que ya ni saben esperarlos.

La Virgen de la Paz, preciosa catedral de blanco y plata, recorre la Plaza Nueva a los sones deCorpus Christi, regalando una de las estampas más clásicas de una fiesta, la Semana Santa, que tiene en el clasicismo su pilar estético más sólido. Pero en esos mismos instantes, las calles del entorno del Ayuntamiento son un auténtico comedero de baja estofa donde se combinan los platos sucios, las caras cargadas de tinto y los primeros cabreos de la tarde por el importe de la factura, todo lo cual trufado con un calor que hace aún más atosigante la estampa. Pero a la Semana Santa le cabe todo, absolutamente todo. Y la vesión oficial obliga a proclamar el éxito de una jornada por el mero hecho del buen clima. Lluvia, desastre. Cielo despejado, triunfo. Sí, salieron todas las cofradías, como se prevía. Y saldrán muchas más, según los partes, que esta vez sí ofrecen el valor supremo de la certidumbre. Ocurre que el sol lo enseña todo, exhibe los detalles al máximo. Y el Domingo de Ramos tiene mucha cochambre al concentrar públicos muy diversos, en gran cantidad y en la misma zona. La Plaza del Salvador era ya un estercolero tras la salida de la Borriquita, una cofradía infantil que siempre que sea posible conviene ver de la cruz al barco de oro, ayer con orquídeas y rosas rosas. La penitencia es de los padres acompañantes, que soportan las aglomeraciones y el calor con una paciencia digna de premio Demófilo. La cruz de Jesús Despojado se pega al último músico del Sol en esa contrarreloj que es la carrera oficial. Una carrera truncada cuando un varal maestro del paso azul y plata de la Hiniesta, joya del Domingo de Ramos, se partió en la calle Sierpes, momento culmen para quienes ven la Semana Santa en función de los tiempos de paso, que es una variante de la cochambre, pero inmaterial. Es tal el calor que llevan en las caras los nazarenitos de la Borriquita en su regreso al Salvador y de tal calibre la paliza que llevan encima los padres, que tal vez habría que valorar la conveniencia de retornar a la salida nocturna. Un cirio infantil absolutamente vencido por el calor era la metáfora perfecta. 
Una Semana Santa discurre por las calles principales, donde el personal se salta a la torera los carteles que instan a no colocar asientos plegables, y otra por las traseras, de mostradores provisionales, bocadillos apilados y hasta bares de copas con cojines en los poyetes de las ventanas para facilitar el consumo al aire libre. Hay una Semana Santa real que no tienen ningún interés en la Semana Santa de los programas de mano, pero que la necesita para seguir existiendo. El de ayer, al menos, fue un inmejorable Domingo de Ramos para la hostelería, según aseguraron quienes son titularesde un negocio y están detrás de una barra. El ojo del amo mueve el tirador. La Semana Santa que atesora el valor del buen tiempo es la paga extra de la hostelería de centro, la semana que ayuda a cubrir los gastos de los meses malos. 

Tal vez haya quien no lo entienda. Es muy posible. Pero la sola contemplación de un par de nazarenos de la Amargura camino de su templo por uno de esos callejones donde matan la tarde tantos ciudadanos hace que todo merezca la pena. Acuden por Cardenal Cervantes, por Regina, por la plaza del Pozo Santo... Aparecen como una ilusión blanca, rígida, muda y veloz. Ellos son el mejor Domingo de Ramos, ellos son los que permiten que la poesía siga siendo posible entre tanta sillita de chino y tanto público estático y consumista. El Domingo de Ramos sigue atrofiado y en manos de una masa sin dirección, como se aprecia con toda claridad por efecto del buen tiempo. Este Domingo de Ramos fue una lipotimia del gozo. Los carteles del Ayuntamiento contra la instalación de las sillas plegables son el pito del sereno. Malos tiempos para el ejercicio de la autoridad. Hoy se requiere mucho más ingenio para paliar lo que el ingenio inventó: la carrera oficial paralela. Los usuarios de estos asientos no son gamberros, ni vándalos. Se trata de un público acaso desconsiderado por egoísta, pero que busca ver una cofradía, nunca se olvide, en una Semana Santa en la que hay demasiada gente que acude al centro solamente porque es Semana Santa. 
Hay calles que se convierten por momentos en auténticas ratoneras. Se limpian las fachadas para evitar desprendimientos, se peinan todas las caras de la Catedral, se abaten banderolas comerciales, se crea el Cecop para coordinar las fuerzas de seguridad y los cuerpos de emergencia, pero nada se hace para retirar los veladores de calles del entorno de la carrera oficial, convertidas en avisperos en muchos momentos de la jornada. ¿No están consideradas vías de evacuación muchas de esas calles que nacen a la vera de Sierpes? ¿Por qué entonces están abarrotadas de mesas, sillas y sombrillas en la tarde de un Domingo de Ramos? De poco sirve luchar contra el colesterol de las sillas plegables, si el mismo Ayuntamiento consiente ante sus mismas narices este otro colesterol. La respuesta: silencio blanco. 
e arregló el varal de la Hiniesta, incidencia para los anales. Se fue el Señor de la Humildad y Paciencia con su original exorno y la música de su particular silencio y las voces corales. El Socorro, una exquisitez con olor exclusivo a azahar. 

El sol todo lo enseña. La noche algo tapa. A esta Semana Santa le sientan bien las fotos panorámicas de la Estrella en el puente. Y mal fijarse en algunos detalles de cerca. Se ven arrugas.

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