viernes, 28 de agosto de 2015

EVANGELIO DEL DÍA Y MEDITACIÓN

dominicos.org

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 4, 1-8

Hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos:
Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús. Esto quiere Dios de vosotros: una vida sagrada, que os apartéis del desenfreno, que sepa cada cual controlar su propio cuerpo santa y respetuosamente, sin dejarse arrastrar por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Y que en este asunto nadie ofenda a su hermano ni se aproveche con engaño, porque el Señor venga todo esto, como ya os dijimos y aseguramos. Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino sagrada. Por consiguiente, el que desprecia este mandato no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo.

Sal 96, 1 y 2b. 5-6. 10. 11-12 R. Alegraos, justos, con el Señor.

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Justicia y derecho sostienen su trono. R.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. R.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados. R.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre. R.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 25, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
-«Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo.
Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas.
Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.
El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.
A medianoche se oyó una voz:
¨¡ Que llega el esposo, salid a recibirlo!
Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas.
Y las necias dijeron a las sensatas:
"Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámpa-ras."
Pero las sensatas contestaron:
"Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis."
Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.
Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo:
"Señor, señor, ábrenos."
Pero él respondió:
"Os lo aseguro: no os conozco."
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»

II. Compartimos la Palabra

  • “Dios nos ha llamado a una vida sagrada”

La llamada a la santidad, que ya encontramos en el libro del Levítico, no es para unos pocos, sino que es una llamada universal. ¡Todos estamos llamados a ser santos! Ésta es la voluntad de Dios, el proyecto de Dios respecto a nosotros.
La santidad, nos dice el Papa Francisco: “es el rostro más bello de la Iglesia: es redescubrirse en comunión con Dios, en la plenitud de su vida y de su amor.” Por eso constituye el carácter distintivo de todo cristiano.
Esto no debe asustarnos, porque la santidad no es algo que nos procuramos nosotros, que obtenemos nosotros con nuestras cualidades y nuestras capacidades. La santidad es un don, es el don que nos hace el Señor Jesús, cuando nos toma consigo y nos reviste de sí mismo, nos hace como Él.
La santidad a la que Dios nos llama no es “cerrar los ojos y torcer el cuello” sino vivir con amor y ofrecer el testimonio cristiano en las ocupaciones de todos los días donde estamos llamados a convertirnos en santos, cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el que se encuentra. El santo no es alguien que vive fuera de la realidad terrena, en una dimensión inmaterial. Es más bien alguien que toma sobre sí, día a día, la voluntad de Dios, haciendo que toda su vida se adhiera a ella. Y todo irradiando alegría.
Muchas veces supondrá ir contracorriente porque la sociedad realza valores contrarios al Evangelio, invitándonos a vivir no agradando a Dios –como exhorta San Pablo a los Tesalonicenses – sino alimentando nuestro hedonismo. Pero tengamos presente lo que dice el Salmo: “Dios ama al que aborrece el mal, protege la vida de sus fieles y los libra de los malvados”.
Que Él nos lo conceda.
  • “Velad porque no sabéis ni el día ni la hora”

La parábola de las diez vírgenes es una invitación a la vigilancia. Vigilar no significa vivir con miedo y angustia, quiere decir vivir de manera responsable nuestra vida de hijos de Dios, nuestra vida de fe, esperanza y caridad. El Señor espera continuamente nuestra respuesta de fe y amor, constantes y pacientes, en medio de las ocupaciones y preocupaciones que van tejiendo nuestro vivir.
La vigilancia tiene que ser en el cristiano una actitud constante, porque no basta sólo con iniciarnos en el camino que nos lleva al encuentro con Cristo, como las vírgenes que tomaron sus lámparas, sino que hay que perseverar aun en medio de las dificultades, sin ceder a la tentación de la vida cómoda y aburguesada.
San Agustín, cuya fiesta celebramos hoy, ilustra bellamente esta idea de la perseverancia: “¿Acaso no son las vírgenes prudentes las que perseveran hasta el fin? Por ninguna otra causa, por ninguna otra razón se las habría dejado entrar sino por haber perseverado hasta el final…Y porque sus lámparas arden hasta el último momento, se les abren de par en par la puertas y se les dice que entren”.
El “aceite” que nos mantiene vigilantes es la oración, la intimidad con Jesús. Ya lo dijo Él a sus discípulos: “Velad y orad, para no caer en la tentación”.
Sorprende en este Evangelio el comportamiento de las vírgenes sensatas, que negaron su aceite a las necias que lo habían olvidado. Sin embargo la intención del autor sagrado es poner de manifiesto que la vigilancia es personal, nadie puede suplirnos en esta tarea. “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”, escribió San Agustín.
Pidamos al Señor que nos ayude a estar siempre en vela.
MM. Dominicas 
Monasterio de Sta. Ana (Murcia) 

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