miércoles, 27 de julio de 2016

* HETEPHERES.





Recuerdo que fue un día de Santiago Apóstol, un martes para ser más exactos, de hace justamente 10 años cuando la llamé.

La semana anterior me la volví a encontrar después de unos meses que nos conociéramos en un congreso que se celebró en Jerez de la Frontera.

En esa semana del 21 de julio se estaba celebrando unas jornadas de Defensa de la que era un asiduo y esta vez asistía sin muchas ganas, todo hay que decirlo, pues el calor también hacía mella en el cuerpo. No obstante me convencí de que sería interesante.

¡¡Y lo fue!! No tanto porque la materia y los ponentes lo eran sino porque el primer día me encontré con aquella chiquilla que hace meses viera en el Palacio de Villapanés de Jerez como ponente en una mesa redonda.

Viva y extrovertida, como siempre, nos vio sentados en uno de los cómodos sillones que hay alrededor  del Claustro del Hotel Monasterio de San Miguel, lugar donde se ofrecía el sempirterno curso de verano sobre Defensa, nos saludó con alegría y se sentó. Charlamos de todo, nos reímos pues estaba ante una mujer transparente, con una vitalidad enorme aunque mantenía perfectamente las distancias como una señorita que se precie.

Ese día ni nos pudimos despedir pues salió casi al acabar el ponente. Al día siguiente nos la volvimos a encontrar aunque en verdad el que se la encontró fue un pequeño árbol que había en la zona de aparcamiento de la calle y su volvo pues al aparcar “rozó” levemente con el morro torciendo un poco más tan escuálido arbusto.

De pronto salió con su inmensa sonrisa y nos dijo: ¡¡Hola!! ¿Ha pasado algo? ¿No, verdad? Y nos fuimos para el hotel tan tranquilamente.

La iba conociendo muy poquito a poco, como una dulce fragancia, en las escasa horas que estábamos en dicho curso, en los escasos minutos de conversación entre ponencia y ponencia. Lo que también me sorprendió gratamente fue su interés por cuando se decía con mirada fija en los intervinientes, moviendo la cabeza con un sí o un no según los pareceres, levantando la mano y haciendo esa clase de pregunta que tienes que estar muy preparado para contestarla.

Todavía recuerdo dos anécdotas algunos años después; una en la Parroquia del Cristo de San Fernando, ofrecía una conferencia sobre la Familia una señora muy conocida en Cádiz, y tras terminar se le hizo la pertinente pregunta que la dejó muda, no supo que contestar y fue el Padre Salvador, Párroco de entonces, quién solventó ese delicado momento con un aplauso que puso fin a la conferencia y al entuerto de la enmudecida ponente.

Otro fue en un Congreso de Católicos y Vida Pública en Madrid con destacados y reconocidos ponentes. Después de su pregunta todos se miraron, se callaron y solo uno supo contestar: Ese uno era José Manuel Otero Novas mientras un sonoro aplauso felicitaba a la autora de la pregunta. ¡¡Así es ella!!

El último día del curso se celebró un pequeño ágape en los jardines del hotel y entre aceituna y almendritas saladas pude hablar un poco más con ella. La verdad os diré que me gustaba a rabiar, por fin había encontrado una persona interesante, ávida en conocer cosas, culta, franca, con una sonrisa siempre en sus labios y unos ojos cuya mirada atravesaba el mismo alma.

Tenía un nombre raro y no me atrevía a pronunciarlo porque hubiera errado como la inmensa mayoría. Le pedí el teléfono y me lo dio en una tarjeta con su nombre. Nos reímos con el significado del mismo aunque le saqué el tema con la intención de aprendérmelo mientras lo escuchaba.

Nos despedimos y mientras yo cogía el tren ella se fue con su volvo. Creo que el que más se alegró de la finalización de ese curso de verano fue ese escuálido arbolito lleno de magulladuras.

Desde el 22 de julio hasta el mismo 26 que la llamé estuve pronunciando su nombre, ensayando como si de la más importante exposición se tratara, no podía equivocarme pues no quería causar mala impresión a esta chica, atractiva a más no poder, que tanto me había impactado, que tanto me había gustado.

Afloraban en mí unos nervios hasta entonces desconocidos y a media tarde teclee los números que contienen su línea móvil y llamé.

Sonó una, dos, tres... ¡¡Se cortó!! ¡¡Deje usted un mensaje!!

¿Qué mensaje ni cacho cuarto? Yo quería hablar con ella, dirigirme pronunciando su nombre que llevaba mejor aprendido que las lecciones de la escuela.

Otra vez llamando...

Sonó una, dos, tres: ¡¡¿Siii?!!

¡Hola Hetepheres, soy Jesús!

¿Qué Jesús? ¡No me acuerdo!

¡Jajajaja después de días enteros aprendiéndome su nombre ni se acordaba de mi!

Luego ya cayó y conversamos minutos. Me dijo que si quedábamos al día siguiente, en la Estación de Jerez para tomar algo y conocernos.

Me recogió en la misma Estación, estaba guapísima, con una sonrisa clara y transparente y unos ojos que traspasaban el mismo alma. Nos fuimos hacia un antiguo Pub llamado Canterbury y allí en una mesa, con aire acondicionado pues caía fuego del cielo, con dos refrescos empezamos una larga conversación donde desde el principio me puso todo muy en claro, donde las cartas siempre estuvieron encima de la mesa, donde me demostró que Dios había puesto en mi camino a la mujer que por principios, valores, creencias y forma de ser buscaba no con desesperación sino con anhelo.

Diez años de esta primera cita con Hetepheres, nombre que llevo grabado a fuego en el corazón y en la memoria, diez años ya y parece que fue ayer pues cuando la miro la veo igual que antes aunque yo tenga barba, más arrugas, canas y un poco de barriguita. ¡¡Cosas de la edad y de los años que no cambio por nada del mundo si estoy junto ella!!

¡¡Felicidades y muchas gracias Hetepheres por ser simplemente como eres!!

Te quiero mi vida.


Jesús Rodríguez Arias

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