viernes, 29 de julio de 2016

LA ASISTENCIA RELIGIOSA, UN DERECHO DEL MILITAR




Este año se cumple el 25 aniversario de la labor de asistencia religiosa en las Fuerzas Armadas españolas, «un derecho del militar en todos los países democráticos», afirma el arzobispo castrense, monseñor Juan del Río
La asistencia religiosa en el mundo militar es tan antigua como los propios ejércitos. «Ya en los tercios de Flandes había sacerdotes que atendían a los soldados de forma permanente. Pero incluso antes, cuando no había formados ejércitos como tal y solo se constituían ante una batalla, ya hay constancia de que había asistencia religiosa. De hecho, hay documentos escritos de la Edad Media que lo corroboran», afirma Carlos Jesús Montes Herreros, secretario general del Arzobispado Castrense.
La necesidad del sacerdote en la batalla no ha cambiado hasta nuestro tiempo. El soldado de cualquier época ha requerido la compañía del clérigo para recordar que no está solo ante el peligro, que existe el cielo y que dar la vida por la patria es un acto de honor al que no todo el mundo está dispuesto. «La diferencia entre los antiguos cuerpos eclesiásticos y el nuevo Servicio de Asistencia Religiosa a las Fuerzas Armadas (SARFAS), del que celebramos ahora el 25 aniversario, es que los sacerdotes de antaño dependían de los ejércitos donde se encontraban. Hace 25 años un real decreto estipuló que la asistencia religiosa fuera común a los tres ejércitos –Tierra, Armada y Aire– y la Guardia Civil. Además, el capellán puede cambiar de cuerpo, a diferencia de los antiguos cuerpos, que tenían que ceñirse al Ejército en el que estaban ubicados», explica el secretario.
Monseñor Del Río, arzobispo castrense, recalca que la figura del capellán «no es un invento del pasado, sino que es un derecho del militar creyente en todos los países democráticos. Lo mismo que es atendido por psicólogos o médicos, también tiene derecho a ser atendido en el campo espiritual».
La figura irremplazable del páter
El páter, como cariñosamente se conoce a los sacerdotes en las Fuerzas Armadas, «es el primer servidor de España, porque atiende a los que sirven a nuestro país», añade Del Río. Una de las características más concretas de su servicio es que «tiene que ser itinerante. Hoy puede estar en Ferrol, mañana en Canarias y pasado en el Líbano», afirma el arzobispo. Otra es que «tiene que realizar una pastoral directa, de tú a tú. Y por último, el capellán castrense tiene que ser un hombre con una gran sensibilidad».
Especialmente importante es el papel que cumplen en las misiones internacionales. Lejos de la familia y el hogar, el militar «tiene muchas horas para pensar, y además sabe que se juega la vida en cualquier momento. Es entonces cuando las preguntas sobre Dios y sobre el sentido de la vida salen a flote», sostiene el arzobispo.
El capitán José Ramón Rapallo, que lleva más de 30 años en el Ejército, ha participado en misiones de paz en Líbano o Bosnia. «Para los que practicamos la fe es fundamental tener a un sacerdote para así acceder a los sacramentos. Si el páter no estuviera en las misiones no habría podido ir a Misa en meses». Pero la labor del capellán «se extiende a todos: rápido se hace querer por toda la unidad. El sacerdote es una vela encendida que sabes que está siempre esperándote para alumbrarte en lo que necesites».
La pastoral del náufrago
La tarea encomendada a la capellanía castrense vive los últimos años «una tarea particular. Nosotros tocamos a los náufragos de la Iglesia, porque la secularización también ha entrado en el mundo castrense», admite el arzobispo. Hasta el Ejército llegan jóvenes que no han pasado por ninguna parroquia, ni por colegios religiosos, «de tal manera que si no se encontraran con el capellán no conocerían a Jesucristo».
El encuentro funciona, porque tan solo en 2015 hubo 196 bautizos de adultos en las Fuerzas Armadas. «Hace dos días bauticé a dos marinos en la Academia, y la semana anterior a otros dos soldados del Ejército de Tierra. Los valores castrenses están íntimamente ligados a los valores evangélicos», concluye el arzobispo.
Cristina Sánchez Aguilar

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