lunes, 30 de enero de 2017

EL BURRO DELANTE; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ


Diario de Cádiz

Lástima que la mascota del partido de Trump no sea el burro. Nada podía pegarle más, sobre todo teniendo en cuenta que el burro lo adoptaron los demócratas en honor al presidente Jackson, que recibía el apodo de "burro" por sus escasas dotes intelectuales y su cabezonería. (Luego resultó, contra todo pronóstico, un presidente extraordinario, ojo al dato, no vaya a volver el burro al trigo). Aunque el elefante (en la cacharrería) tampoco le viene mal a Trump.
El burro me vendría mejor, en todo caso, para este artículo, porque quiero reflexionar sobre la firma compulsiva de decretos en la que ha entrado Trump. Digamos que ha puesto el burro delante para que no se espante. Algunas medidas nos parecerán burradas (el inmisericorde gesto con México); otras fatal (sus ambiguas declaraciones sobre la tortura); otras bien (la bajada de impuestos) y otras extraordinarias (como las restricciones de financiación al negocio del aborto global). Lo indiscutible es que el hombre se ha propuesto cumplir todas y cada una de sus promesas a bote pronto, por delante. No vaya a venir el sentido común a aconsejarle dilaciones y rebajas, como suele.
Cumpliendo sus promesas al principio (ésas con las que ganó las elecciones) consigue dos efectos que no hay que echar en saco roto. Se prestigia, invistiéndose de una característica principesca, según Saavedra Fajardo, que sabía de lo que hablaba: "No hay palabra del príncipe que no tenga su efecto. Dichas sobre negocios, son órdenes. Sobre delitos, sentencia. Y sobre promesas, obligación". La comparación con otros políticos y sus promesas, que nunca son deuda, sino duda, desconcierta. Quién sabe si Trump no le está haciendo un inesperado favor a la democracia, que cada vez parecía más el sistema que exige un máximo número de compromisos antes de las elecciones y un máximo de incumplimientos después.
El otro efecto es práctico, no teórico. Si en los primeros meses cumple todas las promesas, tendrá cuatro años para ir contrastando y modulando sus efectos. Resulta insólito situar la prudencia por detrás de las decisiones, pero cuando Trump dijo que venía a cambiar todo, no mentía ni con el orden de las virtudes. Por lo pronto, relegando la prudencia, ha logrado un resultado prudencial: en general, nadie en el mundo ni, en particular, sus votantes pueden dudar de sus promesas. A Trump podemos no tomárnoslo muy en serio, pero sí a su palabra.

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