sábado, 28 de enero de 2017

UNA OJEADA AL SEMINARIO TEOLÓGICO INTERNACIONAL FRANCISCANO

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En el convento de San Salvador de la Custodia de Tierra Santa no es raro encontrarse con frailes jovencísimos. Hay una razón para esto: el cuartel general de los franciscanos no solo acoge las actividades administrativas de la Custodia de Tierra Santa sino que también es un seminario internacional. ¿Como funciona la vida en esta parte importante de la Custodia? Para entenderlo hace falta partir precisamente de su carácter internacional. Los estudiantes del seminario son treinta y tres, proceden de trece nacionalidades y tienen lenguas y culturas diferentes. Pasan, normalmente, cuatro años estudiando teología y después recorren un itinerario que varía en función del pais de origen, y que establece las etapas de discernimiento vocacional, postulantado, noviciado y estudios de Filosofía. Lo que se pretende es una formación franciscana, bíblica y teológica en Tierra Santa, una experiencia de vida fraternal en el convento de San Salvador en Jerusalén y una experiencia de la misión específica de la Custodia al servicio de los santuarios y del amor a los lugares santos. Aquellos que también optan a la vida clerical se preparan para la ordenación sacerdotal. «Pero la primera vocación de nosotros los franciscanos es ser frailes», explica fray Oscar, decano del seminario internacional.

Los seminaristas entran en contacto con mentalidades y comportamientos diferentes, pero la vida que llevan es la misma. El despertador suena a las 5:45 para la cita de las 6:15 con los Laudes y la misa. A las 8 inician las clases, que son cinco horas de cuarenta y cinco minutos cada una. Entre las asignaturas, los sacramentos, Sagrada Escritura, moral, latín, griego, profetas mayores, profetas menores y cartas de San Pablo. A las 12:30 se reza la oración de la Hora Sexta, seguida del almuerzo. Desde ese momento, la jornada cambia en función de las tareas y las actividades individuales de cada fraile. Hay ensayo de los cantos, la Lectio Divina, el servicio al Santo Sepulcro, por ejemplo. «Nuestras obligaciones como frailes son diferentes porque se refieren a la persona, no a un grupo – cuenta fray Eduardo, representante de los estudiantes -. No nos formamos como los militares en un cuartel y esto es lo mejor del seminario. Se tienen en cuenta los dones de cada individuo y se ponen al servicio de la comunidad». Hay quien trabaja en la sastrería, quien hace de conductor, de peluquero, o quien participa en el grupo de los cantos con la guitarra. Se reencuentran todos después por la tarde para las Vísperas y la cena. 

Fray Donaciano Paredes Rivera, maestro del seminario, tiene que gestionar un entorno variado desde el punto de vista cultural y de la formación previa de los seminaristas. «Al ser frailes estudiantes de diferentes provincias franciscanas de todo el mundo, no es fácil reunir en un único proyecto formativo los itinerarios distintos de cada uno – explica fray Donaciano -. Esto implica recomenzar siempre en nuestra casa formativa, porque cada año llegan cerca de diez nuevos alumnos». Su tarea como maestro es establecer el programa de formación y de discernimiento de los estudiantes y acompañar la evolución académica de los profesos solemnes estudiantes de teología. Uno de los aspectos sobre los que más se insiste, según fray Donaciano, es acrecentar «la capacidad de apertura y de integración, aceptando la diversidad de los demás, sabiendo que eso significa una oportunidad que la providencia nos da para enriquecernos los unos a los otros. Significa acoger al otro sin encerrarse en los propios esquemas personales, y ser libres en el encuentro con el hermano y con las personas con las que coincidimos».

Entre las dificultades que se encuentran en el seminario internacional, una de las más comunes es el idioma porque la lengua franca de la Custodia de Tierra Santa es el italiano. Muchos frailes, de hecho, al comienzo del año, no dominan el italiano y por ello tardan más tiempo en comunicarse. También estar lejos de la familia y del propio país puede ser un problema, en el caso de los seminaristas que proceden de países en guerra, por ejemplo. Fray Oscar cuenta, sin embargo, que si se está seguro de la elección, los miedos y las dificultades se superan. «Yo sabía que estaría cinco años en esta parte del mundo – explica el hermano, originario de México -. No sé cuándo volveré a casa o si le sucederá algo a mi familia. Este podría ser mi mayor miedo, pero no lo es, porque soy consciente (y también lo es mi familia) de que yo he hecho una elección de vida y estoy contento con esa decisión. Entonces no existe la nostalgia. Mi alegría por ser fraile en Tierra Santa la comparto con ellos». Su trabajo como decano es trabajar con el maestro y el vicemaestro para ayudarles a organizar la vida conventual de los frailes. Tarea que «vivo siempre como un servicio y no como un privilegio», sostiene fray Oscar.

Fray Eduardo, representante de los estudiantes, también habla de aspectos positivos y problemáticos: «Es maravilloso compartir la cultura de otros, pero también es muy complicado». Su papel de conciliador entre las necesidades de los alumnos y de los profesores le hace tener contacto con sensibilidades diversas. Fray Eduardo es también viceceremoniero y desarrolla este servicio durante las celebraciones. «Aquí en Tierra Santa estoy muy contento porque personalmente me siento atraído por la internacionalidad y es uno de los aspectos más bonitos del seminario», dice el fraile. 

Sobre la importancia de estudiar teología, fray Donaciano explica claramente: «He aprendido que la teología, que tiene como alma la Sagrada Escritura, alimenta la fe y su objetivo fundamental es presentar la inteligencia de la Revelación y el contenido de la fe». De esta forma, el fraile tiene a su disposición un camino que le ayuda a alcanzar una comprensión sólida y profunda de la fe y así se puede inculcar – sostiene fray Donaciano – «un amor grande y vivo a Jesucristo, a la Iglesia y a todas las criaturas».

Beatrice Guarrera

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