jueves, 30 de marzo de 2017

HUMANISMO CRISTIANO Y SOLIDARIDAD, ANTÍDOTOS A LAS CRISIS DE EUROPA

Ecclesia Digital
Ya lo mostró el 25 de noviembre de 2014 en su visita las instituciones europeas en Estrasburgo. Lo avaló al recibir, el 9 de mayo de 2016, el Premio Carlo Magno. Y ahora, el 24 de marzo de 2017, lo ha vuelto a demostrar fehacientemente: al primer Papa no europeo desde hace siglos le importa y mucho Europa, quiere a Europa, sueña una Europa mejor para todos.
El contexto de la magnífica intervención de Francisco (ver páginas 31 y 32) fue en esta ocasión la conmemoración del sesenta aniversario del Tratado de Europa, el germen de la actual Unión Europea (UE). Hasta los palacios apostólicos vaticanos llegaron para encontrarse con el Obispo de Roma los dirigentes de la UE y los jefes de Estado y de Gobierno de sus ya 27 países miembros.  Y ante ellos y ante Europa y el mundo, Francisco suscribió otro memorable discurso europeísta, llamando a la recuperación de la memoria y de las raíces históricas, analizando las causas de las actuales crisis que sobrevuelan y hasta lastRan y hiere al viejo continente y trazando los caminos para la revitalización de la esperanza.
La primera parte del discurso papal, en efecto, fue una evocación y actualización de la memoria reciente de estas seis décadas. Sesenta años –no conviene olvidarlo- de paz y de progreso indiscutibles, en medio de una Europa asolada durante siglos por las guerras, que apenas una década antes había dado por concluida la mayor pesadilla, el mayor horror, de toda la historia de la humanidad, la II Guerra Mundial, guerra, como la Primera, que nació en Europa y que asoló a nuestro continente.
En aras «a redescubrir la memoria viva de ese evento para comprender su importancia en el presente», Francisco citó en varias y oportunas ocasiones a los llamados padres fundadores –de todos conocidos- de la actual UE.  Y es que ellos «nos recuerdan que Europa no es un conjunto de normas que cumplir, o un manual de protocolos y procedimientos que seguir. Es una vida, una manera de concebir al hombre a partir de su dignidad trascendente e inalienable y no solo como un conjunto de derechos que hay que defender o de pretensiones que reclamar».
El humanismo -«el corazón palpitante del proyecto político europeo solo podía ser el hombre»-, que fue la primera seña de identidad del proyecto europeo, es ahora también el primero de sus caminos para su recuperación. Un humanismo que, con palabras de De Gasperi, retomadas por Francisco, es «fermento de fraternidad evangélica» y que exige priorizar a cada persona frente a la tentación de construir una Europa solo, o preferentemente, para los más pudientes en todos los órdenes de la vida. Un humanismo vertebrado por la actitud de servicio y desde «la conciencia de que “en el origen de la civilización europea se encuentra el cristianismo” (San Juan Pablo II), sin el cual los valores occidentales de la dignidad, libertad y justicia resultan incomprensibles». Un humanismo que respeta y valora la fe y las creencias religiosas.
Humanismo y solidaridad fueron pilares indiscutibles y constituyentes de Europa. Y la solidaridad -subrayó Francisco el 24 de marzo- ha de ser también «el primer elemento de la vitalidad europea». Una solidaridad que es «el antídoto más eficaz contra los modernos populismos» y «ante la falta de valores de nuestro tiempo, terreno fértil para toda forma de extremismo».
Humanismo y solidaridad que son indispensables para solventar las crisis de la UE: económica, migratoria, política (populismos ya citados y ausencia de auténticos líderes) y euroescepticismo (este, además, ya terreno abonado con decisiones como la del «Brexit» o las de quienes propugnan en otros países erráticas soluciones similares).
Valiente, profético y valioso es igualmente el planteamiento de Francisco sobre la gravísima crisis migratoria, que «no se puede limitar a gestionar como si fuera solo un problema numérico, económico o de seguridad», ni con miedos, prevenciones o brotes, expresos o larvados, de exclusión y hasta xenofobia.  La crisis migratoria solo puede ser resuelta con humanismo, con solidaridad y con una verdadera oferta cultural basada en los valores y en los ideales y no mediante el egoísmo, la comodidad o el materialismo. Porque migrantes y refugiados «huyen de la guerra y la pobreza y solo piden tener la posibilidad de un futuro».
Aunando todas estas claves, Europa se reencontrará a sí misma y recuperará esperanza, confianza y futuro.

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