viernes, 31 de marzo de 2017

RECORDANDO A SAN LÁZARO: PEREGRINACIÓN CUARESMAL A BETANIA

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Betania, en las inmediaciones del Monte de los Olivos, no lejos de Jerusalén: el pueblo de Lázaro, Marta y María. El 30 de marzo este era el destino. Otra etapa de la peregrinación cuaresmal para preparar la Pascua, que pretende recorrer los momentos de la vida de Jesús anteriores a su muerte y, sobre todo, su resurrección. En esta ocasión se han celebrado dos misas: en la tumba de Lázaro, al alba, y en el cercano santuario franciscano de Betania, en conmemoración del milagro de la resurrección de Lázaro.
Los mosaicos de colores brillan a la luz de los primeros rayos de sol: representan a Jesús en compañía de Marta y María arrodilladas. Sobre la pared opuesta, Lázaro saliendo de la tumba y los que asisten al milagro, incrédulos. El Evangelio según S. Juan, leído esta mañana justo en el lugar donde sucedió, habla de este episodio. En la homilía, fray Matteo Munari ha reflexionado sobre el hecho de que «cuando vivimos una experiencia negativa, la primera reacción puede ser acusatoria: “tú no estabas, tú no has hecho nada”. Precisamente como le dijeron Marta y María a Jesús. Pero este texto nos muestra cómo incluso una experiencia dolorosa puede ayudar a buscar la vida». El fraile se ha referido además al drama de los inmigrantes y la difícil situación de esta tierra y de Oriente Medio. Pero la experiencia de la resurrección demuestra que no se debe perder jamás la esperanza. «Jesús vive profundamente los afectos humanos: llora por la muerte del amigo antes de resucitarlo», recordaba también fray Matteo Munari. La celebración eucarística fue presidida por el Hebdomadario, y concelebrada por el Secretario de Tierra Santa fray David Grenier. Asistieron también muchos otros frailes de la Custodia de Tierra Santa, entre ellos el vicario custodial fray Dobromir Jasztal, el guardián de San Salvador fray Marcelo Ariel Cichinelli y fray Stéphane Molovitch.

Tras la misa y los Laudes, el desayuno. Un momento de convivencia en el frondoso patio de la iglesia. En Betania, ciudad aislada de Jerusalén por el muro de separación, son pocos los cristianos que quedan. El párroco de Betania, fray Michael Sarquah, cuenta que «hay actualmente solo una quincena de familias que viven en los alrededores de la parroquia». A pesar de ello, aquí «se está bien y nos sentimos en familia», dice. También Izaki está de acuerdo: él ha venido a Jerusalén a propósito para asistir a esta «bellísima celebración con un ambiente tan especial». Entre un sorbo y otro de café árabe, cuenta «es precioso estar aquí hoy y pensar que estás justo donde ocurrió aquello de lo que habla el Evangelio».
Una vez fuera de Betania, después de la lectura de la Palabra también delante de la tumba de Lázaro, la peregrinación continúa. El grupo se dirige hacia el Monte de los Olivos para alcanzar el lugar donde «fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios» (Mc 16, 19): la Ascensión de Jesús. Hombro con hombro, los frailes y los asistentes se reunieron en la iglesia de la Ascensión, desplazándose siempre acompañados de cantos litúrgicos. Desde la Ascensión, el grupo después continuó hacia la magnífica iglesia del Pater Noster. Allí se celebró la enseñanza del Padrenuestro por Jesús a sus discípulos. Caminando al ritmo de Ad Sacellum Pater Noster, los presentes pudieron admirar las trascripciones de la oración en más de cien lenguas diferentes. Terminada la celebración, una vez finalizada esta jornada de peregrinación, el grupo volvió a Jerusalén.

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