martes, 25 de julio de 2017

* DESDE VILLALUENGA: ¡¡GRACIAS VILLALUENGA!!




Llevo tan solo dos días que no veo tus amaneceres, que no contemplo extasiado como el sol se resguarda siempre a la misma hora tras el Caíllo, como el tiempo pasa según pasa, como el saludo y la conversación entre los vecinos surgen como la cosa más normal del mundo, como la cima de las montañas aparecen ante mí más o menos lejanas como una particular línea de horizonte...

Sí, llevo tan solo 48 horas fuera de Villaluenga del Rosario y mi corazón no está triste sino entristecido.

Necesito respirar aire puro, ver el cielo tan cerca estando tan lejos, recrearme en cada casa, calle, recoveco de este bendito pueblo así como sentir el cariño que sabe dar el payoyo a quienes quieren de verdad.

Y escuchar pintar ese lienzo a mi querido Antonio Benítez en la “buhardilla del arte” mientras la chiquillería juega y nada en la cercana piscina o los abuelos toman el fresquito sentados en los bancos de la Alameda o debajo de la sombra en uno cercano a los Arbolitos.

Hace ya mucho tiempo unos conocidos me dijeron que ellos venían para “disfrutar” de Villaluenga y no para “vivir” que es igual que integrarse en este precioso rincón.

Los escuché con atención, con respeto, aunque ni los comprendí entonces ni los comprendo ahora aunque ya hace mucho que no los veo sea la verdad dicha.

Y no los comprendo porque simplemente no puedo llegar a entender estos planteamientos. Reconozco que yo para disfrutar al cien por cien tengo que integrarme, penetrar en los surcos del conocimiento, de lo afectivo, de la historia, de la cultura, de las tradiciones, de las devociones, en definitiva lo que son las raíces del lugar.

¿Porque de qué me sirve el pasar horas mirando la montaña y no saludar a mi vecino, no preocuparme si está bien o no, si los niños han venido del colegio o están trabajando fuera?

Soy de esos, a esta altura ya no me van a cambiar, de los que me gusta integrarme con el único fin de poder servir a mis semejantes en lo que buenamente pueda y hacerlo desde la gratuidad que es el mejor servicio que se puede prestar.

Sólo os diré en esta carta abierta llena de emociones y sentimientos hacia un lugar único en el mundo como es Villaluenga del Rosario que cuando estuve en Madrid el pasado mes de junio, en aquella revisión apresurada, con las molestias, los dolores y la preocupación que son propias, todo este bendito pueblo desde el primero hasta el último se interesaron por mi estado de salud. Sé que muchas oraciones se pusieron a los pies de la Bendita Virgen del Rosario, sé que a muchos no se les caía de su cabeza nuestros nombres. Mensajes, llamadas, recuerdos muchos y más.

Aún me acuerdo del mensaje cuando volvía para Cádiz después de unos angustiosos días en Madrid de nuestro alcalde, Alfonso Carlos Moscoso: ¡Me alegro que ya te vengas. En Villaluenga te estamos esperando!

Así infinidad de vecinos que nos hacían llegar su calor y cariño o como una querida vecina que cuando ya por fin llegué a Villaluenga me mandó un mensaje diciéndome “Aunque no te encuentres todavía bien, ya te tenemos con nosotros”.

Eso es sentir un familiar abrazo que recorre todo el pueblo. Por eso yo no concibo disfrutar de las cosas de este lugar tan precioso sin involucrarme con el día a día de los vecinos, de la gente de Villaluenga a la que quiero de corazón.

Y será por eso que cuando estoy en Villaluenga me encuentro y soy tan Feliz porque entre el paraje natural que es en sí inmenso, el pueblo que es exquisito, la gente que son ya en parte mi gente, hace que me sienta en casa con solo poner el pie en el suelo. Y será por eso que cada día que pasa lejos de allí me encuentro algo perdido no tan triste, porque no es mi carácter, como entristecido y contando mentalmente las horas que faltan para que vuelva a recorrer la manga que a modo de pasillo me lleva a Villaluenga que para mí siempre será una casita en medio de la montaña.

Hoy, por ser hoy, quiero dejar aquí por escrito las primeras palabras del pregón de las Fiestas de ese año 2015 que siempre llevaré en el corazón pues supuso el poner por escrito y después poderlo declamar en voz alta cuando amor alberga mi corazón por Villaluenga y que ha aumentado por mil según avanza el tiempo.

        “Es Villaluenga una casita en medio de la montaña, donde no falta de nada, donde el techo es el cielo que se abre a nuestras miradas. Es Villaluenga una casita blanca inmaculada al igual que las esponjosas nubes que adornan la mañana. Es Villaluenga una casita con preciosas vistas en sus ventanas donde se divisa la sierra, los campos, la sima o ese impresionante Caíllo que impone cuando perdemos la mirada en esa mole rocosa que a nuestro pueblo cada día, cada noche, parece que acunara. Es Villaluenga una casita preciosa, iluminada, donde sus habitantes son gentes sencillas, hospitalarias, de las de puertas abiertas, abiertas las ventanas, abiertos los brazos a los que vienen a visitarla, abiertos los corazones para los que aman tan bella casa, la cercana al cielo, la prendida en la montaña, la que tiene un gran pasillo que recorre toda la Manga, la que llega al Saltillo, al puerto de las viñas, a la casa de los navazos, a la sierra firme y clara, a la casa de Currín, a las Merinas, al puerto del correo, al camino del agua, al Llano del Republicano, a los Sotos, a las Minas, contrabandistas sin trabuco ni espadas, a los Arenales o San Antonio y donde se pierde la sierra más alta, al Sinmancón, los Navazos, al Reloj y por la glorieta caminara, llegando al puerto “Pedro Ruiz”, en las Covezuelas descansara o a la finca “Mata Ruiz”, la de las encinas registradas de generación en generación que por un día son de familias sus casas. Sí, es Villaluenga del Rosario una casita en medio de la montaña”.

Hoy he querido cerrar los ojos para ver más nítidos tantos recuerdos impregnados de cariño y que llevan nombre y apellidos: Villaluenga del Rosario.


Jesús Rodríguez Arias

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