sábado, 5 de agosto de 2017

* DESDE VILLALUENGA: ¡ERES PARTE DE MI VIDA, MIS RECUERDOS Y MOMENTOS!



Sabía que no me equivocaba cuando una vez enterrada para siempre una etapa de mi vida ponía dirección a Villaluenga del Rosario.

Llegaba aturdido, desubicado y hasta un poco "atontado" lo debo reconocer.

En cuanto abrí las puertas de la Atalaya encontré el frescor de la Paz, la seguridad de seguridades que es encontrarte en Casa, de saber que estás por fin en el Hogar.

Y así me he sentido en estos últimos diez días donde alejándome me he reencontrado con mi infancia, con momentos únicos y ya ciertamente irrepetibles. Me reencontrado con mi ayer y eso siempre es bueno cuando se hace desde la gratitud, desde los buenos momentos, desde la conciencia tranquila, desde el sosiego de espíritu.

Pieza fundamental ha sido Hetepheres que ha sabido comprender "mis tiempos", mi sentido de gato que se lame su propias heridas, mis horas perdidas en la inmensidad de la noche, mis días con la mirada del corazón perdida en ese firmamento que yo solo veo.

Y ha sido Enriqueta que ha estado junto a mí sí o sí sin importar nada, mirándome con esos ojillos llenos de candor y de inocencia de un corazón puro mientras paseaba conmigo cada tarde o mordía esa pelotita con pito incluido a modo de juego...

Villaluenga ha tenido, y tiene, un valor esencial para que más pronto que tarde coja las riendas de mi vida, vuelva a caminar, a seguir con mi día a día, con mi vida que siendo igual es también tan distinta.

En este pequeño-gran pueblo he encontrado una Familia que en su conjunto se preocupaba por mí a cada instante aunque respetaba como sagrado mis tiempos. Los mayores dándome ese ánimo que solo saben dar ellos, los que ya peinan canas con ese abrazo, esa mirada, ese silencio..., y los jóvenes llamándome o enviando mensajes bajo cualquier pretexto para que nunca me sintiera solo, perdido o en lo lejos.

Muchas noches se han hecho madrugada mientras yo asomado al balcón de la Atalaya veía la luna en el firmamento, el Caíllo cortejándola, el Pueblo, mi bendito Pueblo. Y he visto la montaña rasgando el alba, las estrellas iluminando lo eterno, las luces y los tejados de mi siempre bendito Pueblo.

He escuchado llegar los coches y los jóvenes pidiendo silencio porque pensaban que me encontraba escribiendo, queriendo también respetar ellos mis tiempos.

Y escribir no escribía, ponía en orden los sentimientos, mis ayeres con mi hoy, mis recuerdos de los recuerdos, la vivencias se han hecho adultas entre caminatas y paseos, entre conversaciones y risas, entre vivencias y momentos, entre cálidos abrazos y sentidos besos, entre oraciones y plegarias a la Virgen de nuestros adentros, que se llama Rosario o Reina del Monte Carmelo, devociones de la vida de mi vida, devociones de lo más hondo de mis adentros, devociones con ojos donde todo es sencillo y apacible silencio.

Y he escuchado el balido de rebaños a lo lejos, al perro ladrando sin mirar el momento o ese gallo cantar a la hora que quiere el tiempo, el trajinar de cada día en  este bendito Pueblo.

Sí, estos días me han servido para poner orden y concierto a mi vida que comienza, a la que ya lleva años floreciendo, a poner en Paz mis recuerdos, mis vivencias, sentimientos...

Y esto que parece fácil no lo es ni por asomo un momento porque es empezar cada día con paso nuevo, una vida que es más vida donde lo eterno se vuelve eterno y todo gracias a Villaluenga que es mi Casa, mi Hogar, mi Pueblo, al que quiero con locura y él me lo demuestra con palabras, con silencios, con gestos.

¿Qué te puedo decir que ya no sepas? Si te puedo dar, yo te lo ofrezco, eres parte de mi vida como el mar, las almenas, las salinas de mis ancestros.

Qué eres parte de mi vida como mis mismos recuerdos.

Jesús Rodríguez Arias 

Foto de Tachy Barea

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