jueves, 19 de octubre de 2017

REPENSAR EUROPA; POR RAFAEL SÁNCHEZ SAUS



La amarga pero previsible deriva de la situación en Cataluña -nadie puede honradamente sentirse sorprendido por lo que está pasando, tan anunciado fue- ha tenido algunas cosas buenas, y una de ellas ha sido poder comprobar el hasta ahora sólido apoyo de las instituciones europeas a la unidad de la Nación. Es posible que ese apoyo no sea tanto por convencimiento cuanto por ajustado cálculo de lo que para su proyecto podría suponer la eclosión del virus nacionalista en Europa: hasta noventa posibles nacioncitas con bandera, himno y fronteras discutidas en los territorios de la actual Unión. En todo caso, la pertenencia a la UE es un argumento fuerte en el menguado arsenal de ideas que nuestros políticos se atreven a oponer a la marea secesionista, ya que cualquier apelación a la historia, a los sentimientos y al destino comunes debe ser cosa de fascistas.
Por eso importa tanto, ahora y para el futuro, comprender que la Unión va a ser el principal marco de convivencia que los europeos manejaremos para canalizar nuestros conflictos y para proyectar el inmenso caudal de civilización que la sola palabra Europa es capaz de evocar en todo el mundo. Y si es así, importa aún más que seamos capaces de llegar a saber qué queremos construir bajo el nombre de la Unión, qué realidad política, institucional, moral y cultural estamos dispuestos a forjar. Y es una buena noticia que entre tantos lobbistas y burócratas de intenciones como mínimo poco transparentes, un conjunto de intelectuales europeos (Rémi Brague, Roger Scruton o Robert Spaemann, entre muchos) hayan suscrito en este momento la llamada Declaración de París, un manifiesto frente a la Europa desilusionada y desorientada por la imposición desde arriba de ideologías contrarias a su verdadera identidad y a su legado.
Según los firmantes, lo políticamente correcto amenaza ya netamente la libertad de los ciudadanos, traduciendo el utopismo progresista en normas asfixiantes. Frente a la falsa Europa que suscita cada vez más el rechazo de los pueblos y puede acabar frustrando el proyecto de la Unión, reclaman una comunidad de naciones nutrida de la cultura que emana de unas raíces clásicas y cristianas que todos los europeos compartimos. ¡Ojalá este llamamiento no caiga en el vacío y se puedan reorientar positivamente los sentimientos de rebeldía frente a Europa que hoy ganan a sus pueblos!

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