Las sociedades europeas occidentales son las hijas del 68, mientras que las del Este lo son del hundimiento comunista del 89; unas, herederas de la radicalidad ideológica del mayo parisino; otras, supervivientes apenas de las utopías que lo alimentaron. En puridad, es imposible encontrar hoy, entre los miembros de una misma comunidad política, una mayor diferencia de experiencia histórica y de proyecto colectivo, más allá de las triviales referencias a la democracia y al bienestar general. Ni siquiera un concepto tan fundante como el de derechos humanos es entendido de la misma forma por todos. Esta grieta, tan visible ya en el edificio de la Unión, con seguridad se irá agrandando con el tiempo y es de temer que acabe creando grandes tensiones sobre su existencia, al menos tal como hoy lo conocemos. En algo sí coinciden todos: en la intangibilidad de las fronteras, y por ello el más o menos entusiasta apoyo de todos a la unidad constitucional e histórica de España. Violentar ese principio sería desatar sobre Europa el pandemónium, y todos lo saben. El reconocimiento de la sedicente república catalana hubiera hecho, ni más ni menos, saltar la Unión.
Hablamos de problemas candentes que, como se ha visto, han escapado del alejado campo de los políticos de Bruselas para irrumpir en nuestras vidas. Y por eso será tan relevante lo que esta tarde en Sevilla, en el club Antares, nos pueda decir sobre estos y otros temas uno de sus mejores conocedores desde la atalaya de la prensa diaria y de la reflexión crítica: Hermann Tertsch.
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