viernes, 17 de noviembre de 2017

PARIDAD UNIFORME; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Van formándose las listas para las elecciones catalanas y en todos los partidos (independentistas o constitucionalistas, no hay diferencia en esto) se mantiene el ritmo binario, chico, chica, chico, chica, de la paridad. A los viejos argumentos de mi escepticismo contra la cremallera, se suma uno nuevo que no es en absoluto mío, pero que quizá sea, quizá por eso, convincente.

Lo que de antiguo no me gustaba (no sé si ya lo he escrito) es tal uniformización: uno, otra, u otra, uno, en monótona sucesión. Sexualiza todo. Hace una lista mixta, pero diferenciada, como si en los colegios se pusiera en los pupitres a un niño, a una niña, alternándose en una mezcla muy poco mezclada, demasiado repeinada. El efecto óptico es que el sexo de los integrantes de la lista se adelanta (siquiera sea en el mundo de las apariencias) a su valía personal y a su aporte político. 

A veces, además, esa paridad no es proporcional con la cantidad de hombres o mujeres que se dedican a la política. Es sabido que hay profesiones muy marcadas por el sexo: en el sector sanitario, hay más mujeres; en la ingeniería, más hombres. Si en esos sectores se impone una lista paritaria, por ejemplo, una sindical, se está sobrerrepresentando e infrarrepresentando a cada uno de los dos sexos. No creo que en política haya un desnivel exagerado, pero lo justo, poniéndonos tan puntillosos como se ponen con la paridad, sería la proporcionalidad. Sería lo justo numérico, que lo justo-justo de justicia es dar a cada uno el puesto en la lista según sus capacidades y méritos.

Pero estos son mis argumentos viejunos. El nuevo es distinto. ¿No establece la paridad una concepción demasiado iusnaturalista y patriarcal del sexo? Hombres y mujeres: dos mundos cerrados, una línea clara y un orden estricto. El movimiento LGTBIQ, ¿no tiene nada que objetar?

No quiero caricaturizar, porque escribo en serio, pero ¿qué pasaría si un hombre dijese que se siente mujer y que exige, en consecuencia, que le guarden el puesto número 2 de la lista? O, reduciendo menos al absurdo, una chica que no se siente mujer, ¿puede asumir sin sonrojo su puesto femenino según la paridad cuando está peleando por no entrar en aseos femeninos? Ya digo que éste no es mi argumento, pero, siendo coherentes, a la exigencia de la paridad le ha salido una objeción de conciencia por la espalda. Le va a hacer daño, porque, desde sus principios, la socava.

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