sábado, 9 de diciembre de 2017

¿CARA O CRUZ? CARA; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



El interés por la política del procés se está viniendo abajo, y no suena ya tanto en nuestras conversaciones. La última encuesta del CIS concuerda con esta percepción personal y nos dice que la preocupación por el nacionalismo ha caído dos puestos. Lo curioso es que, a la vez, ni se quitan las banderas de los balcones ni mucha gente cede en su posicionamiento antinacionalista y en su demanda de que no haya cesiones y de que se defienda la igualdad de todos los españoles. Nos hemos aburrido del nacionalismo, pero no estamos dispuestos a meter de nuevo en el armario al patriotismo.

Una prueba quizá indirecta, pero muy ilustrativa, es que, en la intención de voto de la parte constitucionalista de Cataluña, se premie a Ciudadanos, que ha hecho una defensa activa de los principios y de la igualdad, mientras que se castiga de una forma bastante contundente, si las encuestas salen acertadas, al Partido Popular, que es el que, con la guerra de nervios desplegada por Rajoy, ha ido socavando el terreno bajo los pies de los independentistas. Los votantes prefieren al que se mantuvo más firme ante los independentistas que al que los doblegó. 

Es un matiz de una importancia capital, que viene a coincidir con mi impresión. Los nacionalistas salen del centro de la pista de la atención mediática, pero la pista no se vacía, sino que el interés por la igualdad y la unidad de los españoles ocupa el espacio que dejan sus enemigos. Durante un tiempo la moneda de nuestro Estado de Derecho giró en el aire y no sabíamos si saldría la cruz del nacionalismo o la cara constitucional, pero ha salido cara, y se está quedando.

Se ha producido un acto de justicia poética. El nacionalismo habría reactivado al patriotismo, al constitucionalismo y a cierto jacobismo a la española con un contenido mucho más sustantivo y resistente. Les ha creado el espacio. Esto tendría consecuencias democráticas a medio plazo, porque la reacción ha ocurrido en toda España, y eso son muchísimos más votos que los nacionalistas de una esquinita o de otra, donde también hay, por cierto, muchos votos españolistas.

El próximo capítulo político será ver si los grandes partidos apuestan por sofocar este sentimiento o se deciden a aprovecharlo. Para ellos, lo fácil es sofocarlo, pues un impulso tan potente puede írsele de las manos. La cuestión es que, si alguien se decide a aprovecharlo, sacará ventaja a los sofocadores.

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