domingo, 3 de diciembre de 2017

TENEMOS NOMBRES Y APELLIDOS


Una persona sin hogar durmiendo en un banco de la ciudad.

Tamara García
"Niña, ¿quién te ha dicho que somos noventa y tantos? Eso está equivocado, ¿en Cádiz, en la calle?, somos ciento y mucho" (Paco). "Yo ahora comparto un piso porque he conseguido algunos ingresos pero cuando vivía en la calle me ponía en todo el centro, que me vieran bien, lo hacía por dignidad, yo no soy invisible" (Eugenia). "¿Habéis visto la película de Chaplin?, Tiempos modernos, creo. Estamos en esa rueda. Este sistema se dedica a fabricar pobres. Hasta que no se pare esa rueda esto no acabará" (Luis). "Te conformas con cualquier mierda, con cualquier cosa, porque te crees que tú no tienes derechos ni deberes" (Jesús)...Personas sin hogar, personas en situación de calle, sin techo, invisibles... Ciudadanos, personas con una historia como usted y como yo.


Luis Boch Muñoz: "El peor momento es cuando tienes que asumir que esta es tu nueva realidad"

Gaditano, hijo de viuda a la que le quedaron cuatro hijos "y la calle para correr", 63 años, arquitecto técnico, Luis Boch Muñoz, mirada noble y sonrisa pícara, lleva diez años sin hogar.

Recuperándose de una hernia detectada en los 90 pero que se agravó el pasado año por el duro invierno que se vuelve implacable cuando se duerme en La Caleta o en un banco de Candelaria, Luis lleva un tiempo pernoctando en el albergue de Caballeros Hospitalarios desde donde reconstruye, con un poso de impotencia controlada y disfrazada de parsimonia, toda la sucesión de hechos que le han llevado hasta este mismo momento. Este aquí y este ahora donde no hay techo ni trabajo y donde la familia lo miran de lejos cuando pasan cerca. ¿Hay esperanza...? Hay un esquema, una rutina que devuelve una ilusión de cotidianidad: Desayuno en Calor en la Noche, visita matutina a Tierra de Todos ("es como si fuera al trabajo") comedor a las 14.30 ("voy al del centro del mayor de la calle de la Rosa derivado por María Arteaga"), a las 16.00 horas bien centro del mayor de la calle Zaragoza, bien biblioteca provincial ("hay quien se va a la plaza de las Flores a echar el día con la litrona y lo demás, allá cada uno con su tema") y antes de las 22.00 al albergue de Caballeros Hospitalarios donde no confraterniza demasiado con el resto de usuarios ("soy un solitario, siempre lo he sido").

La historia de Luis es, en su boca, la historia de "parece que no estaba de dios", ironiza. No estaba de dios que le saliera el trabajo en Alemania (tuvo un accidente automovilístico), no estaba de dios que le salieran los dos matrimonios, no estaba de dios que su madre lidiara con el alzheimer y cuidó de ella durante 9 años antes del ingreso en una clínica ("pedí que me ingresaran a mí en un centro por alcoholismo pero yo no he sido alcohólico") y no estaba de dios que se salvara de la explosión de la burbuja del ladrillo. Y cuando todo parecía que se enmendaba ("encontré trabajo en una obra y el dueño de la contrata hasta me facilitó un cuartito para vivir") uno de los obreros murió en accidente laboral y al contratista "lo inhabilitaron" por lo que Luis acabó en la calle, ya que los empleos que fue consiguiendo desde entonces eran esporádicos, "el último, di un curso a los ex Delphi de interpretación de planos".

"El peor momento es cuando tienes que asumir que esta es tu nueva realidad, luego, te acabas acostumbrando", dice con tramposa tranquilidad y orgulloso de su cuidado aspecto, "eso sí, por cómo voy vestido y aseado pocas personas piensan que soy una persona que no tiene hogar".

José Fernando Sole Horta: "Conozco todas las bibliotecas de Cádiz"

Poco hablador, gran lector ("no de ficción, no me gustan las novelas") e hijo del mar, José Fernando Sole Horta, natural de Vila Real de Santo Antonio, en el Algarve portugués, se conoce todas las bibliotecas de Cádiz.

"Voy mucho a la de San Miguel porque está cerca del albergue (Caballeros Hospitalarios), está la de la parte nueva, la de Santa María y plaza España. Allí me paso todo el día, leo mucho la prensa y las revistas, me gustan la historia y los inventos", se anima el temporero portugués que dejó su tierra "por problemas familiares", esquiva sin dar muchas más explicaciones, y que frecuenta Cádiz "por épocas" desde hace más de 30 años.

Trabajador del sector de la hostelería en su tierra, a la que dice que regresará "muy pronto", José, con 63 años, también ha estado "dando muchas vueltas" por el Norte de España. Cádiz le gusta porque siempre está igual "sólo hay un puente nuevo y una nueva estación de autobuses". Antes estaba en Sevilla, pero no tiene mar, y a José le gusta el mar, dice con un acento, con una manera de arrastrar las palabras tan áspera como acuosa, que sabe a trago de agua salada.

José asegura que lo más duro de la calle "es estar sin hacer nada" Él no se mete con nadie pero le gusta la intimidad, toda la que puede conseguir en la playa, en un banco o en el albergue en el que lleva una semana. "Prefiero andar solo".

Antonio Blanco Fardiña: "Un día me di cuenta de que tenía que hacer un esfuerzo y reaccioné"

Antonio Blanco, gaditano abandonado por los que lo engendraron en Valcárcel cuando tenía 7 meses, ve su propia vida como una historia de redención. Antonio considera que fue un mal padre, y está siendo el mejor abuelo que puede ser ahora mismo; Antonio cree que engañó a algunas personas que lo intentaron ayudar, y ahora intenta no fallarles más; Antonio dice que antes tenía valor para cosas impensables pero era un cobarde porque no quería enfrentarse a su propio futuro. Antonio era un adicto, también vendedor. Antonio fue a la cárcel pero también a la puerta de Proyecto Hombre la mañana que siguió a la noche en la que se hincó de rodillas implorando ayuda a quien hubiera allá arriba para salir de las arenas movedizas que lo asfixiaban e inmovilizaban. Antonio malvivió en la calle, ahora vive. A veces en la calle, otras en el albergue municipal, como en esta temporada. Pero vive, quiere vivir, superarse, construir. Tiene 56 años, 3 hijas y 5 nietos. Nos enseña, orgulloso, la foto de la más pequeña que nació hace apenas 20 días.

"La familia que me recogió era muy buena pero me casé, que no me arrepiento porque esa señora me dio a mis hijas, pero ahí empecé a caer en picado... Droga, no veía nada más que eso, cárcel...Y cuando salí me encontré que mis padres habían fallecido y que el familiar que se había quedado en la casa me había violado a mi hija, que desde entonces le entró un trastorno de bipolaridad... El caso es que me vi con esa pena muy grande y sin casa y sin nada y desde el 98 estoy pernoctando entre albergues y la calle".

De su periodo en el penal sacó su profesión, cocinero, aunque ahora, además de mariscar lo que puede para "ir sacando para los nietos", continúa formándose, de hecho, en estos días se encuentra realizando un curso de placas solares por lo que insiste en dar las gracias "al cuadro de gobierno de José María González porque con ellos es la primera vez que me he sentido escuchado" y "al director y a la trabajadora social del albergue".

Antonio tiene la necesidad de agradecer y agradecer a los que le dan una oportunidad y a los que le muestran cariño. "Agradezco mucho un abrazo, un beso... Yo no me he portado bien pero un día me di cuenta de que tenía que hacer un esfuerzo y reaccioné. Lo estoy intentando, me estoy esforzando para salir de esto".

Miguel Narbona Carrégalo: "Pierdes una nómina y, cuando te quieres dar cuenta, eres un indigente"

Miguel Narbona se sienta en un escalón muy cerca del Bar Almadraba, en Canalejas. Allí pasa el día dibujando. Practica la técnica del puntillismo con la que recrea a personajes y escenas que le llevan una media de 45 horas de trabajo. La lámina la vende a 20 euros. Hagan la cuenta de lo que vale su tiempo... "Por lo menos sé hacer algo y algunos días tengo suerte y vendo alguna", dice este funcionario, sí funcionario, de Correos atrapado "como un ratón" en una situación laboral sui generis que le llevó a perderlo todo en 2015.

"Pierdes una nómina y, cuando te quieres dar cuenta, eres un indigente", reflexiona el ciudadano que comenzó a trabajar en Correos en el año 79 y que hace unos años al tener un encontronazo con su jefe en Málaga ("un tipo que luego despidieron por insultar a los compañeros y por prevaricación") fue suspendido de empleo y sueldo. "Cuando fui a incorporarme me dijeron que yo estaba de excedencia voluntaria por interés particular porque había llegado un mes tarde a la incorporación, pero yo había ido en la fecha que me dijo tanto mi jefe como mi representante sindical... El caso es que estoy así desde entonces y no tengo derecho a ninguna prestación, ni a incorporarme a mi trabajo ni a nada, estoy atrapado", relata Miguel que se encamina a tener una nueva reunión con el Csi-f para volver a pedir (como cientos de veces anteriores) la reincorporación.

Ha estado moviendo su caso en Málaga, en Madrid y en Sevilla desde donde llegó a Cádiz andando ("me dijeron que había un puesto en Tarifa para mí, cuando llegué después de varios días andando no había nada y de ahí seguí hacia Cádiz"). Miguel porta una carpeta con sus dibujos y una mochila con los documentos que acreditan su historia, cartas al ministerio de Fomento, a Correos, a los sindicatos... Hasta las tres de la tarde se suele sentar en el escalón a dibujar mientras busca una solución.

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