lunes, 19 de febrero de 2018

LA TERNURA; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ




Mi mi defensa de ayer de los spoilers no le convenció, deje de leer. Destripo la comedia del año, La ternura, escrita por un inspiradísimo Alfredo Sanzol. Eso sí, vaya a verla inmediatamente, que es (spoiler) el mensaje final de este artículo. Yo, partidario de los spoilers, creo que nada de lo que diga interferirá con el disfrute de la obra, que, por otra parte, tiene que ir a ver inmediatamente, aunque me lea. Esto no convalida.
No escribo de ella ni para destriparla ni para resumirla. Lo hago con cierta precipitación, porque tiene un mensaje que necesitamos mucho y un espíritu que necesitamos aún más.
Sanzol dice haberse inspirado en las comedias de Shakespeare. Hay un evidente juego de referencias a varios títulos de sus obras, guiños argumentales muy palpables y una escena hilarante de apetito sexual desenfrenado que, en la más barroca escuela del maestro inglés, consigue el milagro paradójico de ser pudorosa a base de procacidad humorística. Quitando esto, la españolidad marca carácter y la obra evoca más a las comedias de nuestro Siglo de Oro, muy Lope de Vega, aunque un poco Calderón de la Barca, como quien no quiere la cosa.
Lo más shakesperiano, sin embargo, se agazapa en el fondo. La obra parece que sólo pretende hacerlos reír, pero cuidado. Hay, como en Shakespeare, una carga de profundidad con mucha puntería y enorme conciencia de los tiempos. No sé nada del pensamiento de Sanzol, pero cuando vi que un personaje se ponía a fumar en escena y ni siquiera era marihuana, sino (¡horror!) tabaco, me di cuenta de que nos enfrentábamos a un peligrosísimo provocador.
Entre el humo del tabaco, empecé a ver claro. La historia es un ataque en plena línea de flotación de la guerra de sexos que nos quieren imponer. En la línea de flotación y a la altura de Aristófanes, vaya. La generación anterior vuelca sus frustraciones sobre la actual y, por eso, se empeña en educar (imponer) a sus hijos en el conflicto y la desconfianza al otro sexo y al amor que los une. Pero en la obra (como en la realidad) la naturaleza sofocada y reaccionaria impone su atractivo delicioso y feliz contra todos los neo-tabús, normas y planes quinquenales de actuación. Triunfa el deseo y la libertad de quererse. La ternura se nos presenta tan fresca e ingenua como nunca debió dejar de ser, pero tan poderosa y destroza-tópicos como la necesitamos. ¿He dicho ya que tienen que ir a ver la obra?

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