sábado, 17 de marzo de 2018

NOVEDAD ETERNA; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Periódicamente en el periódico padezco la presión de no repetirme. Si digo lo que dije, aburro a quien me leyó y, si digo lo que todos, aburro a todos. Pero la realidad es que cualquier persona en la mayoría de las cosas piensa como la mayoría y que luego tiene varias ideas raras, pero fijas, a veces, manías, a veces, principios; y que una parte muy esencial de su manera de ser es la obcecada fidelidad a ellas y a ellos. Conseguir el equilibrio entre el sentido común, por un lado, esa fidelidad particular, por otro, y la variedad que exige la constancia es el gran reto del columnista. No siempre conseguido. Tampoco pasa nada: el tropezón y el batacazo son parte del trabajo.

Esa angustia es una de las grandes alegrías de mi vida. Me hace volverme con ojos agradecidos a esas otras realidades más importantes donde ni el ingenio, ni la sorpresa, ni la novedad son requisitos de nada. Por ejemplo, pasadas las noveleras fiebres del enamoramiento, en el amor. El amor tiene en su persistencia uno de sus mayores encantos, pues se va acostumbrando a la eternidad a la que está llamado. Quizá, como ustedes no escriben diariamente en el Diario, no han caído en la maravillosa suerte que tienen de no tener que decirle nada original a cada momento a sus cónyuges o a su familia. "Buenos días", "Que te vaya bien", "Mucho ánimo", "No te preocupes", hacen perfectamente su papel. Lo mismo ocurre con el compañerismo, con la amistad, con la oración. Para un columnista, la monotonía del rosario -igual todo el rato, todos los días, desde el siglo XII- es una bendición. 

No protesto contra el afán diario ("su propio afán" se llama esta columna porque cada día, según las palabras de aquél que era la misma verdad, tiene su propio afán), sino que indico que hay cosas mejores que este frenesí, aunque éste te ayuda a verlas y a valorarlas, y se le agradece. Para echar el freno, este frenesí viene fantástico. Para añorar la rutina, nada como haberla perdido. Te sorprende la rutina de soñar con retomarla.

El columnista nunca alcanzará esa cumbre. Como Sísifo, él tiene que llevar su piedra diaria a lo alto de su columna, y mañana otra vez otra piedra. Si llega a lo alto casi todos los días, aunque caiga luego, no puede pedir más. Si además ese empeño le sirve para admirar cumbres más firmes con el rabillo del ojo y para que los lectores disfruten y agradezcan su rutilante rutina, mejor que mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario