martes, 15 de mayo de 2018

PADILLA; POR CARMEN OTEO




Carmen OteoManuel Vicent escribía el domingo contra los toros y relataba su decadencia invocando cuanto de costumbrismo casposo tiene la fiesta. Ve en la Feria de San Isidro un escaparate galdosiano como si eso fuera un demérito. Ya saben, Galdós, pese a ser el mejor escritor español después de Cervantes, siempre ha sido denostado posiblemente porque es demasiado nuestro.
Tiene razón cuando dice que los toros están en decadencia y que tiene algo de rancio porque lo toros no han sabido (y creo que es un mérito) amoldarse al buenismo de los nuevos tiempos. La fiesta tiende al inmovilismo hasta en la crítica pues siempre ha sido defendida y atacada por la intelectualidad con igual vehemencia.
Yo tuve mi momento de debilidad para dejar los toros cuando Juan José Padilla sufrió su grave cogida que medio le destrozó la cara. Un torero al que había visto crecer, ganarse el respeto de Jerez después de un siempre añorado y mítico Paula. Un torero al que no le han regalado absolutamente nada. Un torero de pundonor que en las corridas duras ganaba y en las plazas difíciles como Pamplona conquistaba al público para siempre. Un heterodoxo que nunca ha tenido interés en parecerse a nadie ni en hacer florituras porque lo suyo era echar rodilla a tierra y encarar a los toros con verdad.
No paraba de pensar después de la cogida en el hombre presumido que le gustaba dejarse el pelo un poco arremolinado y pensaba que no era justo lo que le había ocurrido. Cada vez que se colocara ante el espejo vería que la imagen de ese hombre apuesto había desaparecido y tan sólo encontraría al torero. No era justo, sobre todo en alguien que había luchado tanto y que no se había dedicado ni a salir en las revistas del corazón ni a vender relojes de pulsera. Cada céntimo de Padilla está ganado en la plaza.
Si la grave cogida casi me hace abandonar mi afición a los toros, el propio Padilla me la devolvió con creces. Su actitud ante la adversidad, su lucha, su parche, las banderas piratas que llenaron los tendidos de las plazas, su fidelidad a sí mismo y a la fiesta me deslumbraron. Yo siempre había ido a los toros a ver arte pero con él descubrí la verdad de la fiesta, la parte épica que engrandece al hombre. Padilla gusta incluso a los que no les gusta su toreo. Gusta por lo torero que es, lo hombre que es (si esto puede decirse sin que me maten). La plaza de Jerez lo ha despedido, pero quedará para siempre.

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